10 de agosto de 2020

Cambio de valores

 

De forma inconsciente, y probablemente injusta, asocio la práctica del yoga, el pilates y el mindfulness a  mujeres insatisfechas de 40 a 50 años, aunque no he cotejado esta intuición con ningún estudio sociológico. Tampoco sabría decir, por cierto, si la práctica de estas técnicas -flor de loto, balones de plástico gigantes y monitores maduritos y bronceados que ora marcan paquete en mallas negras ora lucen indumentaria holgada de lino blanco- contribuye a apaciguar esa difusa zozobra existencial y -diría si no fuera un micromachismo- menopáusica.

Por eso, el otro día me sorprendió descubrir en mi barrio una nueva academia para niños especializada en mindfulness infantil. Junto a distintos cursos y terapias, en uno de sus escaparates se anunciaba un libro de meditación para niños titulado "Tranquilos y atentos como una rana".

El título y la portada me hicieron mucha gracia, sobre todo por el atrevimiento de proponer a la rana -batracio bastante denostado en el imaginario colectivo de mi generación- como un modelo para los niños.

"No sé", pensaba camino hacia mi casa. "Entiendo el problema de la dispersión infantil y comparto la importancia de trabajar la concentración desde edades tempranas... Pero... ¿¿como una rana?? ¿Alguien le gustaría ir a una tutoría en el colegio de su hija y recibir unas palmadas en la espalda mientras le dicen que su hija recuerda a una rana?" Y se me venía a la cabeza la cara de un profesor de mi colegio apodado "el Sapo", hombre orondo de generosa papada, ojos saltones y mirada triste.

Mientras así discurría, admitiendo por otro lado que "el Sapo" no era un mal tío, y era indudablemente atento y tranquilo, me crucé con dos señores mayores que venían conversando muy animadamente en sentido opuesto al mío. De su conversación solo me alcanzaron cinco palabras, pronunciadas por uno de ellos con gran solemnidad mientras las acompañaba haciendo una amplica C con los dedos índice y pulgar: "...nos comimos unos entrecotts así". Y le brillaban los ojos de la emoción.

De forma inconsciente, y probablemnte injusta, concluí que aquellos señores no se dirigían a la academia a recoger a sus nietos de una sesión de mindfulness. Aunque todo podría ser.

No hay comentarios: