22 de octubre de 2021

Sentirse romano

 


Llevo tres semanas viviendo en Roma.

Los primeros días Roma me cautivó. La ciudad, cada uno de sus rincones, rezuma historia, humanidad y alegría. Su arte, además, está hecho a una medida todavía humana. Nada de rascacielos gigantescos, islas con forma de palmera ni horteradas de arte abstracto.

La segunda semana mi entusiasmo dio paso a una creciente indignación. Tanto desorden. Tanto caos. Tanta suciedad. Ni una acera lisa. Ni que estuviéramos en Togo. ¿Cómo se puede descuidar así una ciudad? ¿Cómo se puede descuidar así esta ciudad?

Ayer mi relación con Roma entró en su tercer estadio: la complicidad. Mientras nutría mi enojo contra los romanos con nuevos argumentos ("menudos chapuceros", "serán zánganos...") caí en la cuenta de que a mí también me pasean gatos por los foros. Igual que los romanos, mis pocos (y a menudo imaginarios) monumentos pierden cada día numerosas batallas contra bolsas de basura, malas hierbas y cartones de donsimón vacíos.

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