4 de noviembre de 2021

En 2022 celebro Halloween

En breve mandaré esto al periódico. Como, siempre, se agradecen sugerencias...


La primera vez pensamos que era una coña. Cuando nos lo dijo por segunda vez empezamos a preocuparnos. Y la tercera vez que nuestro nuevo vecino yanqui nos invitó a celebrar Halloween en su casa no tuvimos más remedio que aceptar. Al tío parecía hacerle mucha ilusión.

Así fue como nos encontramos, entre calabazas y murciélagos de plástico, sentados en su cuarto de estar. Gorros de bruja. Capas. Batamantas negras. Gintonics en copas con forma de calavera. Y, para que no faltara de ná, en la tele, en bucle, el videoclip de Thriller de Michael Jackson. Feliz Halloween. Truco o trato.

El verdadero susto, de todos modos, vino al final: “El año que viene repetimos”, nos despidió eufórico en el descansillo, antes de cerrar la puerta.

De vuelta en casa, empecé a pensar formas de zafarme de aquella invitación-trampa. Y, como la mejor defensa es un buen ataque, pensé en qué fiesta de Halloween –de los difuntos- iba a organizar en 2022. Y entonces, en un momento de lucidez, supe cómo voy a celebrar el 2 de noviembre a partir de ahora.

Yo pondré la casa. Adri hará un vídeo con fotos de los abuelos, principales homenajeados. José traerá un kilo de langostinos, como los que devoraba sin respirar en casa de los abuelos cada Navidad. Mamá se encargará de cocinar un mousse de chocolate como el que hacía la abuela Maruchi. Bueno, no tan rico, que es imposible… pero algo mínimamente aproximado. Durante la cena, cada uno contará algún recuerdo bonito o divertido: el abuelo José negociando con un ganadero gallego cuánto tenía que pagarle por una vaca que los tíos habían despatarrado montándose encima; Lolita como primera “jueza” de los nuevos novios y novias de los primos… jueza absolutamente benévola, porque todos le parecían absolutamente geniales; Ramiro, explicándonos cómo cortarnos el pelo “de balde”, expresión que solo llegué a entender muchos años más tarde; o Maruchi, nadando a braza como la reina de Saba, con el cuello muy estirado para no mojarse el pelo…

Al terminar la cena, con un chupito en la mano, cantaremos a coro aquella tonada de Ramiro “Don José, Don José, cuánto madruga usté…”, bailaremos Los Pajaritos de María Jesús, y –en honor de Lolita- giraremos en torno a mi madre con flores, al ritmo de la canción de Miliki. Luego nos sentaremos un rato, y cada uno podrá contar recuerdos de algún que otro conocido ya finado: Bayo, Combarro, María Luisa… Hay muchos grandes a los que recordar.

Y, si a las 2 de la mañana llama a la puerta el vecino yanqui pidiendo que dejemos de hacer ruido, le invitaremos a pasar y tomarse una coca-cola con whisky, como hacíamos a escondidas con 11 ó 12 años en Nochevieja, pensando -¡qué ingenuos!- que el abuelo no se daba cuenta…

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