20 de septiembre de 2022

La palabra "gretismo" me atrapó

Ayer publiqué este artículo en Las Provincias. Dos comentarios al respecto.

Intenté resistirme a la palabra "gretismo". Este verano la escuché en un podcast muy crítico con la "turra ecologista", y me hizo mucha gracia. Al escribir el artículo pensé que el palabro era gracioso y tenía fuerza para enganchar al lector. Lo que pasa es que, como bien me ha hecho notar P., "gretismo" es una palabra despectiva y yo la utilizo como algo positivo, con lo que la fórmula no termina de funcionar. Algo me olía yo, pero la palabra me atrapó y no fui capaz de quitármela de encima. Así es la vida.

Por otro lado, no termino de adaptarme al género de artículo de prensa, y tengo la sensación de que últimamente solo publico moralina barata. En este artículo, más allá del tono homilético del que no soy capaz de desmarcarme, tampoco me gusta el final. Contiene una intuición buena, es sorprendente y cierra volviendo al principio, recurso que últimamente trabajo bastante y que es efectista. Pero en este... no sé, creo que la pieza no encaja del todo. ¡Qué le vamos a hacer!

En cualquier caso, el detalle con el que arranca el artículo fue sencillamente top, y merecería una entrada más "10argumentos". Quizá la hago.

 


 

Gretismo laboral

“Felicidades. Ya es viernes: has sobrevivido a la primera semana de curso”, decía el folio escrito con rotuladores de colores y adornado con caras sonrientes. Al lado, una gran caja de bombones abierta como una alegre y muda invitación.

Este detalle, que ya sería top en cualquier casa, me pareció casi un milagro en el sitio en que lo vi: el mostrador de la conserjería donde se devuelven los micrófonos después de dar clase; probablemente, uno de los lugares más impersonales de toda la Universidad de Valencia. “Los extraterrestres existen”, pensé mientras cogía un bombón y le daba las gracias a la chica que ese momento recogía y desinfectaba los micros. “¡A por el curso!”, se limitó a responderme con una amplia sonrisa.

Todavía con el regusto del bombón en la boca, y en estos tiempos de preocupación climática, pensaba en la importancia de cuidar el medio ambiente en el centro de trabajo, de desarrollar una suerte de “gretismo laboral”. Igual que el ecosistema, el entorno laboral se cuida de tres formas.

En primer lugar, no contaminando. Contaminamos con los malos humos, los pensamientos grises y el mal genio. Con las críticas y las protestas, con los modales bruscos y las caras largas. Pues bien, hay que aspirar a las Emisiones Cero. Quizá el objetivo sea inalcanzable, pero siempre cabe mejorar y reducir comentarios tóxicos, residuos en forma de queja y emisiones contaminantes de críticas y negatividad.

En segundo lugar, el ambiente se cuida reciclando. Reciclamos, ante todo, perdonando y pidiendo perdón cuando nos equivocamos. Reciclamos si convertimos las protestas en propuestas, y cuando ante la crítica a un compañero ausente salimos en su defensa o cambiamos elegantemente de conversación.

Finalmente, el medio ambiente se cuida con acciones positivas: declarando espacios protegidos, reforestando, planeando parques y jardines… Pues lo mismo en el trabajo, donde podemos crear espacios verdes de amistad y buen rollo, y reforestar la árida rutina con detalles que den algo de sombra y alegría a los demás. Aquí las alternativas son infinitas: celebrar los cumpleaños, poner unas flores en zonas comunes, dejar una nota de agradecimiento a quien nos limpia el despacho… o comprar una caja de bombones para que “los ilustres profesores” se olviden un poco de sus currículums y escalafones y sonrían como niños al tomar un chocolate el primer viernes del curso.

Acabamos de empezar, ya lo sé. Pero tengo para mí que una de las mejores lecciones del curso ya la he recibido, y no precisamente en un aula o un congreso, sino detrás del mostrador de la conserjería de la facultad.

 

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