Este domingo El Semanal (lo que queda de él, cada vez tiene menos páginas) incluía un reportaje sobre el estoicismo, filosofía del esfuerzo y el crecimiento personal que por lo visto está triunfando en ciertas capas sociales. No me extraña, teniendo en cuenta las masas de runners, animales de gimnasio y contadores de calorías que nos circunda, que no hace que crecer. (Me hace gracia esta construcción gramatical).
Por pura coincidencia, en una de sus prédicas podcásticas mi nuevo gurú se refirió ayer al estoicismo, resumiéndolo como "ideales sin amor", "virtudes sin vínculos". Escuchándole, recordé la dura condena del Papa al pelagianismo, palabro que hace referencia a quienes pretenden salvarse con sus propias fuerzas, sin contar demasiado con Dios ni con los demás, que a pesar de su buena voluntad suelen terminar siendo un poco incordio.
Ideales sin amor. Virtudes sin vínculos. No me interesa. Cada vez que me proponga mejorar en algo, voy a preguntarme por quién lo hago; voy a buscar -desesperadamente, por donde sea- a alguien que no sea yo.
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