27 de marzo de 2023

¿Y tú qué miras?

Hoy he publicado esto en Las Provincias.


Hay dos formas de clarividencia.

La primera nos capacita para ver lo malo. Los innegables signos de decadencia de nuestra época, las rutinas tóxicas en nuestro entorno, las manías del jefe y los defectos de nuestro cuñado. Y, siempre algo distorsionadas, como en los espejos del callejón del Gato, nuestras propias imperfecciones. Esta capacidad de ver lo malo, aunque tiene un cierto prestigio, no requiere talento. Cualquier tonto puede criticar. Destruir es fácil.

La clarividencia negativa nos convierte en personas amargadas, insatisfechas en el mal sentido de la palabra, desesperanzadas, con una mirada acusadora. Uno de los significados de la palabra diablo, de hecho, es “acusador”. Porque esto es precisamente lo que hacen de forma permanente los demonios y quienes se les parecen: acusan con razón y sin ella, disfrutan señalando lo malo.

La segunda forma de clarividencia es exactamente la opuesta, y nos capacita para descubrir lo bueno allí donde posamos la mirada. Quien así mira encuentra en toda circunstancia, en toda situación y en toda persona elementos positivos u oportunidades de mejora, que invitan a la esperanza.

Esta clarividencia, curiosamente, tiene una cierta mala prensa, ya que a menudo se confunde con ingenuidad o estupidez. Además, a su causa tampoco contribuye cierta literatura de autoayuda flower-power que pretende resolver todos los problemas de la vida con eslóganes de mister wonderful. En cualquier caso, pienso que la capacidad de descubrir semillas de bien allí donde estamos, sin negar que actualizar dicho bien requiere muchas veces sangre, sudor y lágrimas, es una virtud enormemente deseable. Mientras el protestón -como el demonio- se pasa el día refunfuñando y señalando lo malo, la persona optimista prefiere atender a lo positivo. Me gusta pensar que con dicha actitud (“piensa bien y acertarás”) nos parecemos a la Virgen María, abogada nuestra, que en nuestro juicio particular se encargará de hablar bien de nosotros.

Estos días he terminado de leer un ensayo titulado “Época de idiotas”, que reivindica la idiotez de confiar en los hombres, de mirar su lado bueno y ser indulgentes con sus defectos. Los grandes idiotas son quienes -ignorando las voces “prudentes” que insisten en lo mal que va todo- prefieren remangarse e intentar cambiar las cosas. Son quienes desprecian etiquetas -fachas, rojos, pijos, progres- y aspiran a construir cosas juntos. 

Revisa tu mirada y examina en qué te fijas, si en lo bueno o en lo malo. Pregúntate si quieres ser un listillo o un idiota. Amargo o dulce. Fiscal o abogado. Diablo o madre.

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