27 de agosto de 2020

Los tomates de su señoría


 

Mi amigo G., que es juez, ha arrendado un predio a un agricultor de su pueblo, y los fines de semana se los pasa doblando el lomo en el huertecillo cultivando hortalizas. Ignoro si esta súbita afición es fruto de una bucólica añoranza de lo auténtico y lo natural, de un postureo pseudonaturalista de corto aliento o de una prudente toma de distancia respecto de la adolescencia de sus hijas. Todo podría ser.

En cualquier caso, ayer por la tarde me trajo a casa una cesta con tomates de su huerto, "fruto del sudor de mi frente", me dijo con una amplia sonrisa, llena de orgullo y satisfacción. A pesar de que la frase quizá no fuera la más acertada para despertar mi inclinación hacia los tomates (no nos engañemos, sudar sudar sudan más otras partes del cuerpo), agradecí mucho el gesto, y por la noche preparé una generosa ensalada a base de tomates con la que acompañamos la cena.

Sin considerarme un experto en alimentación vegetal -"de lo que come el grillo poquillo" es una de mis divisas culinarias- he de decir que los tomates estaban buenísimos. De todas formas, tengo la sospecha de que me supieron tan ricos porque eran el resultado del esfuerzo, la generosidad y el cariño de un buen amigo. 

Seguro que detrás de cientos de objetos que encuentro y utilizo cada día hay también buenas dosis de sacrificio, ilusión y cariño. Si fuera capaz de tenerlo presente probablemente las agradecería y disfrutaría más, como me ha pasado con los tomates de su señoría. Voy a intentarlo.

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