14 de junio de 2025

Las cosas como son

 

Hablé, departí, peroré durante casi una hora sobre un asunto de calado. Entre muchas ideas y giros sugerentes, de mi propia cosecha y decantación, dediqué siete segundos a citar dos versos de un poema de Jiménez Lozano. Trece palabras.

Al terminar la sesión se me acercó sonriendo A., hombre cultivado e inteligente. Adoptando una pose modesta me preparé para una felicitación cordial, mientras me preguntaba cuál de mis reflexiones le habría interpelado más.

"¡Qué poema el de Jiménez Lozano!", me dijo emocionado. "Uno de mis favoritos". Y se fue.

Me quedé plantado, rompiendo en pequeños trocitos el guion de mi charla y riéndome de mí mismo. A. es un hombre cultivado e inteligente.

Epifanía en el monte

 

Hace unas semanas fui a dar un paseo por la Sierra Calderona con dos antiguos alumnos, A. y N. Nos acompañó J., amigo de A. que dejó a medias sus estudios y trabaja de operario en una fábrica de cartón. Me pareció una persona alegre y un punto simple.

Hablando de todo un poco en la cumbre del Pico Espadán, salió en la conversación un colega de otro departamento, a quien también habían tenido de profesor. No estaban demasiado satisfechos con la experiencia, no recuerdo por qué.

- Pues el tío es un máquina -comenté yo-. Publica muchísimo y está avanzando como un cohete en la carrera académica. Vamos, que es un achiever, un triunfador. 

- No lo pillo -terció J. mientras daba un mordisco a su manzana-. ¿Para qué quiere triunfar un profesor? ¿No se trata de que triunfen sus alumnos?

Bajé de la montaña pensando que quizá ni J. era tan simple ni yo tan espabilado ni mi colega el achiever un buen profesor.

8 de junio de 2025

The slow professor


The Slow Professor. Challenging the culture of speed in the Academy

Maggie Berg y Barbara K. Seeber

Se trata de un breve ensayo (apenas 100 páginas) sobre el trabajo de los profesores de universidad, en el que se reivindica un paso más lento a la hora de afrontar sus principales tareas: docente, investigadora y social. Me ha gustado bastante, porque concuerdo con muchas de sus preocupaciones y propuestas.

Las autoras ofrecen el ensayo como una reacción a la progresiva aceleración del trabajo universitario, entorno en el que cunde la sensación de que hay poco tiempo y es imposible llegar a todo. Este agobio generalizado, esta carrera por los resultados tangibles (publicaciones, patentes, citas), este mostrarse siempre ocupado y con una dosis de estrés, tiene muy buena prensa. Pero quizá no sean las actitudes más acordes con un buen trabajo universitario, ya que la docencia, la investigación y las relaciones académicas precisan de tiempo, paciencia y serenidad. De un tempo relajado para madurar.

Aunque son conscientes de que en la desaceleración deben jugar un papel importante las autoridades políticas y académicas, las autoras dirigen su ensayo a los profesores individuales, invitándoles a la resistencia individual.

El libro consta de cuatro capítulos.

El primero contiene un análisis y una crítica de la aceleración académica, cada vez más pendiente de los resultados y las métricas que del proceso de educarse y educar. Para las autoras, a pesar de todo su prestigio, estas prisas por obtener resultados rápidos y cuantificables casan mal con el objetivo de la universidad, que no es otro que pensar y enseñar a pensar de forma crítica y creativa. El análisis y la crítica van seguidos de una invitación a abrazar la contracultura de la lentitud: a hacer menos cosas y a hacerlas mejor, sin agobios, disfrutando del camino, con creatividad.

El segundo capítulo aborda la docencia. Su principal idea es que la emoción y el gusto por enseñar y aprender juegan un papel esencial en el aprendizaje, lo que invita al docente a no ignorar dichas facetas afectivas de su trabajo. Las autoras destacan que hay una estrecha relación entre cómo se sienten y cómo piensan los estudiantes, y que las emociones positivas amplían su capacidad de atención y de cognición. El aprendizaje es una tarea también afectiva. Por ello tiene sentido reunir a las personas en un aula, contratar a un profesor de carne y hueso, acompasar las explicaciones a los intereses y experiencias vitales de los alumnos. Entre los consejos prácticos que se ofrecen, destaco dos: comenzar la clase parado en el centro de la tarima, haciendo una especie de paradinha para recoger la atención; y emplear el sentido del humor, más consistente en no tomarse a uno mismo demasiado en serio que en contar chistes graciosos. También recomienda el recurso a la narración, lo que habrá que explorar.

El tercer capítulo del libro se titula “Investigar y entender”. De manera implícita, su título condensa muy bien su contenido. Las autoras constatan que el lenguaje universitario ha asumido la jerga de la productividad: investigación, publicaciones, eficacia, resultados, baremos, puntos, etc. Si asumimos dicho lenguaje difícilmente escaparemos de la lógica mercantil y crematística. Para abrazar la slow life académica resulta conveniente reivindicar otro lenguaje, en que primen términos como estudio, comprensión, reflexión, diálogo, etc. En esta línea, invitan a resistir la presión de ir más rápido (publish or perish), dando entrada en nuestra investigación a la curiosidad, la contemplación, el disfrute y la complejidad. Esta forma de investigar nos da tiempo para nosotros mismos y para los demás. Junto con ello, nos libera de la comparación constante con los demás, al tiempo que propicia la pluralidad de perfiles académicos. No tenemos que estar todos subiendo lo más rápidamente posible los mismos peldaños de los mismos baremos, para publicar el mismo tipo de artículos en las mismas revistas. Sino que, idealmente, cada uno debería seguir su intuición y su curiosidad, avanzando por el camino investigador que más atractivo le resulte y al ritmo que mejor le convenga, sin compararse constantemente con los demás.

En el cuarto capítulo se habla de las relaciones entre docentes, amenazadas por el estrés y las prisas. En un contexto hiperacelerado y obsesionado con la productividad nadie tiene tiempo para el otro, salvo, claro está, que el otro tenga algo útil que ofrecer. Las autoras reivindican la construcción de comunidad en los departamentos, lo que se hace dedicando tiempo a los demás, compartiendo inquietudes e investigaciones, arriesgándose a preocuparse por sus cosas personales. Las autoras explican con acierto que la alegría y la satisfacción profesionales no son conceptos individualistas, sino que se construyen siempre con los demás.

En conclusión, el libro me ha gustado mucho, tanto en su diagnóstico como en sus sugerencias, varias de las cuales me propongo incorporar. Además, contiene abundante bibliografía sobre el quehacer universitario, que me vendrá fenomenal para profundizar en estas materias.

 

A continuación copio algunos comentarios y citas más deslavazados.

Introducción

p. 6. Justifican por qué se van a centrar en el nivel individual, diciendo que es el nivel de la resistencia.

Our focus on the personal might seem solipsistic in the current climate, but we see individual practices as the site of resistance.

p. 7. Muchos profesores manifiestan estrés, y muchos de ellos coinciden en el mismo motivo: la falta de tiempo.

8. Ha cambiado la narrativa de la erudición por la empresarial.

Market categories of productivity, efficiency, and competitive achievement, not intelligence or erudition, already drive… the academic world.

Capítulo 1. Gestión del tiempo y “atemporalidad”.

Este capítulo invita a resistir la tentación de pasarse el día corriendo, quejándose del poco tiempo que tenemos y obsesionados con la productividad académica.

Describe un problema universal: la supuesta falta de tiempo en la Universidad para llegar a todo. Dicen que el objetivo de la universidad debería ser pensar de forma crítica y creativa, lo que a veces no concuerda bien con las prisas por obtener resultados rápidos y cuantificables. Señalan que en la universidad, como en muchos otros entornos, mostrarse muy ocupado tiene prestigio (display of busyness). Frente a eso, sugieren la contracultura de lo lento, ser escépticos con todo lo que suene a productividad rápida.

Critican las estrategias para optimizar al máximo el tiempo, sosteniendo que tienden a generar ansiedad. Quien todo el tiempo mide su tiempo como un bien escasísimo termina obsesionándose con su ausencia.

Invitan a dedicar a las cosas el tiempo que haga falta. Eso promueve la creatividad, el pensamiento original y, como un bonus, la alegría (joy). Así se trabaja de manera más centrada, imaginativa y con calidad.

El mayor obstáculo para trabajar de forma original y creativa es precisamente el estrés de tener demasiadas cosas que hacer.

Entre los consejos que ofrecen, me gusta uno: hacer menos cosas. Y citan a un autor que dice: gestionar bien el tiempo no es esforzarse por meter cuantas más cosas mejor en nuestro horario, sino esforzarse por eliminarlas, de forma que tengamos tiempo de hacer lo importante bien hecho y con el mínimo estrés. Me gusta (pp. 29-30).

También subrayan la importancia de trabajar con un cierto espíritu de juego (playfulness), para ser creativos. E invitan a cambiar la forma que tenemos de hablar sobre el tiempo, siempre en tono quejoso sobre el poco que tenemos. Hablar de cuánto tiempo tenemos. “Plenty-of-time joy is no more wrong tan not-enough-time nightmare” (p. 32).

Dicen que entre las finalidades de la universidad están: “to think, to engage knowledge critically, to make judgementes, to assume responsibility for what it means to know something, and to understand the consequences of such knowledge for the world at large”. Citando a otros.

Capítulo 2. Pedagogía y placer.

Destaca cómo la emoción y el gusto por enseñar y aprender juegan un papel esencial en el aprendizaje, e invitan a fomentar el placer de enseñar y aprender durante las clases.

p. 34. El placer en el aula –de dar clase, de aprender- es el principal predictor de cuándo va a enseñarse.

Hay una estrecha relación entre cómo se sienten y cómo piensan los estudiantes. Las emociones positivas amplían su capacidad de atención y de cognición.

Presentan el concepto de aprendizaje afectivo. 38. Me gusta esta idea: si aprender fuera un proceso puramente cognitivo, no tendría sentido reunir a la gente en un aula. Aprender tiene una dimensión social, están implicados los sentimientos y actitudes de los demás. Eso se contagia y afecta al propio proceso.

Habla del gusto por enseñar, que nace de la capacidad de encontrar un sentido positivo a lo que se hace.

En las páginas 42 y ss. la autora da algunos consejos: olvidarse de uno mismo; pararse al empezar la clase, quieto en el centro de la tarima; respirar con calma; ser divertido; escuchar de verdad a los alumnos. Entre otras cosas, apunta la idea de enseñar contando historias, despertando la imaginación de los estudiantes.

En relación con el humor, dice que no se trata de contar chistes, sino más bien no tomarse a uno mismo demasiado en serio.

A la hora de poner notas, pensar sistemas útiles y entretenidos para los estudiantes. Los estudiantes aprenden en función de lo que hacen en el curso, no en función de lo que nosotros sabemos. Si podemos guiar el curso hacia aquello que a los estudiantes les interesa aprenderán mucho más (ojo a mis escenarios y ejemplos).

Capítulo 3. Investigar y entender

Se prima la “investigación de frontera” y aplicable frente al estudio reflexivo (reflective inquiry). Se persigue lo cuantificable, aplicado y provechoso (explotable).

El pensamiento reflexivo y creativo requiere tiempo, y las rutinas investigadores bajo la presión del publish or perish a veces no dejan ese tiempo.

Invitan a cambiar nuestra forma de hablar, priorizando palabras como comprensión, reflexión, docencia sobre investigación, publicación, resultados, etc. Dicen que es una batalla un poco quijotesca, pero que merece la pena emprender. Personalmente, siempre he preferido la palabra estudio a la palabra investigación. Podemos elegir cómo hablamos de nuestro trabajo académico, qué palabras empleamos.

p. 64. En relación con la forma de hablar, dice que terminamos pensando tal y como hablamos. Peinsan que hemos sobrevalorado nuestra capacidad de ser inmunes a las formas de hablar. Pero no. El lenguaje que usamos nos conforma de manera invisible e inevitable. Por eso hay que ser muy cuidados en la selección de las palabras que usamos.

Invitan a resistir la presión de ir más rápido, dando entrada en nuestra investigación a la curiosidad, la contemplación, el disfrute y la complejidad. Esta forma de investigar evita una “homogeneización” de los perfiles académicos.

Pensar sobre el tiempo en términos de relaciones, con nosotros mismos y con los demás. Si vas más despacio tienes más tiempo para ti y más tiempo para el otro, para los demás.

Ir más despacio tiene que ver con dejar espacio a los demás. Intentar cambiar el acento del producto final (el libro, el artículo, la presentación) al proceso de desarrollo de nuestra comprensión.

En el capítulo (no me ha gustado) habla de que el afán productivista es algo neoliberal y machista. No han podido resistirse, qué le vamos a hacer.

Aunque resulta una evidencia, y así lo dicen, no hay que olvidar que el buen trabajo lleva tiempo. GOOD WORK TAKES TIME.

P. 67. Invitan a dedicar tiempo a leer cosas que “no tenemos necesariamente” que leer.

69. Para mantener nuestra alegría y la calidad de nuestra carrera, debemos resistir la tentación de compararnos con los demás, valorando la variedad de trayectorias académicas (we need to resist the temptation to measure our output against that of others and we need to embrace the variety of scholarly trajectories”.

Capítulo 4. Colegialidad y comunidad.

Se refiere a las relaciones con los demás en el ámbito académico.

Las autoras diagnostican una progresiva erosión de las relaciones académicas: todos estamos muy ocupados para dedicar tiempo a los demás; y tiende a verse a los otros desde una perspectiva instrumental. Dejar de ver a los demás como “molestias” u “oportunidades”.

Invitan a estar “fully present” en las interacciones con los demás, evitando la huida que nos brinda la tecnología digital. Y a acudir a seminarios, reuniones, conferencias, etc.

Atención: la satisfacción por el propio trabajo se construye también en términos afectivos. Estar bien y contento es algo que sucede en el marco de relaciones, entre personas.

Entre los consejos prácticos que ofrece al final del capítulo, destaco dos: risk candour, es decir, tener el valor de pensar en los demás y preocuparse de los demás; y “no perder la esperanza”, sabiendo que las culturas del departamento pueden cambiar.

Conclusión

La filosofía SLOW no se opone tanto a la velocidad como a la distracción. Es una cultura de la atención sobre la distracción.