17 de enero de 2020

Permanecer - F-X Bellamy

 

Dejo un pequeño resumen del libro y algunas citas.


Permanecer

Para escapar del tiempo del movimiento perpetuo

François-Xavier Bellamy

El libro es un alegato contra la ideología “progresista” que todavía cree en el mito moderno del progreso lineal y necesario. Para el autor, sostener que el futuro necesariamente será mejor que el presente es algo irracional, e implica un desprecio hacia lo presente y lo real: si todo lo que venga va a ser mejor, implica que no valoro lo que tengo, que no tengo nada que perder. Esta huida hacia el futuro deja vacío y triste al ser humano, que nunca aprecia el presente y lo que tiene, obsesionado por lo que está todavía por conquistar y por venir. El autor afirma que su propuesta no implica abrazar el inmovilismo, que valorar lo pasado como siempre mejor que lo futuro es igualmente irracional. De todos modos, critica más el progresismo en la medida en que entiende que es una forma de pensar mucho más extendida. Este progresismo que solo mira al futuro está dispuesto a dilapidar lo que hemos recibido, desprecia la herencia de siglos y es profundamente antiecológico. Para que el movimiento tenga sentido necesitamos un punto de referencia, un destino “inamovible” o permanente al que llegar. Si se niega la  posibilidad misma de esos puntos de referencia, el movimiento se convierte en un absurdo, una carrera a ninguna parte. Necesitamos volver a valorar lo que tenemos y hemos recibido, para ser capaces de cuidarlo y transmitirlo. Preservar lo valioso es la misión de la política y de cada ser humano.

A lo largo de sus reflexiones, el autor aborda cuestiones como la fe ciega en la ciencia, el mercantilismo que entiende que todo es sustituible, nuestra obsesión por los números y por lo que todo se puede medir y el transhumanismo.

Estructura del libro: parte de la filosofía griega –Heráclito, Parménides, Platón, Aristóteles- (Capítulo I, Los partidarios del flujo). Posteriormente habla de Copérnico y Galileo, de la revolución que implicó ser conscientes de que no somos el centro del universo y de que la tierra está en constante movimiento (Capítulo II, Revolución). Estas ideas se conectan con la modernidad, mediante las ideas de Hobbes –apasionado del movimiento- y de Maquiavelo –profundamente relativista-, terminando en Nietzsche y Hegel (Capítulo III, Movimiento sin fin). Y de ahí se conecta con el optimismo propiamente moderno y contemporáneo (Capítulo IV, Política del Progreso), concretada en el principio esperanza de Bloch. El autor califica este optimismo como nihilista, ya que deprecia inmediatamente lo que ya existe como algo que es necesario superar. El Capítulo VI, Movimiento sin fin, explica las implicaciones de estas ideas en la política, que se convierte en el arte de hacer muchas cosas muy rápido. Frente a esa obsesión, el autor invita a ser cuidadosos a la hora de cambiar cosas, a ser humildes, rescatando el principio de responsabilidad de Hans Jonas. Y a tener un prejuicio pesimista para salvar las cosas. Para responder a estos desafíos, el libro invita al discernimiento: hay que encontrar valores absolutos y puntos fijos que nos sirvan para evaluar el movimiento y enjuiciar los avances técnicos (Capítulo VI, Encontrar un punto de referencia). El Capítulo VII (La verdadera vida está en otra parte), abunda en la idea de que mito progresista implica un desprecio de lo presente y lo cotidiano y genera. Internet, con su inmediatez y su velocidad, agudiza esta necesidad siempre de huir y escapar hacia cualquier otra parte. Capítulo VIII (Todo se convirtió en objeto de comercio): todo se cuenta, todo se intercambia, todo se devalúa: perdemos capacidad de admirar y respetar lo esencial. El Capítulo IX (Cifras o letras) cierra la obra, haciendo una defensa de las cosas esenciales, que no se pueden contar –no son accidentes ni intercambiables-, que no se pueden reducir a número o medida; en este sentido, se reivindican la literatura y la poesía como camino para recuperar nuestra humanidad, en la medida en que son las actividades que reivindican las palabras, los conceptos y las esencias por encima de los números. El libro termina con un epílogo en el que se nos habla de Calipso, Penélope y Ulises, invitándonos a encontrar la Ítaca a la que nos dirigimos y que dará sentido a nuestro movimiento.

Algunas citas

Habla de los Anywhere y los Somewhere. Los primeros, gente moderna, políglota, flexible, que en cualquier sitio puede sobrevivir. Los ganadores de la globalización; los segundos: trabajadores manuales, menos movilidad, víctimas de la deslocalización y de Internet.

p. 73. Sofisma naturalista; sofisma progresista. “Me parece que hoy este paradigma está totalmente invertido. El progresismo moderno se apoya en el sofisma opuesto, ya que el optimismo que describimos podría ser formulado, en efecto, según el principio siguiente: lo que va a llegar es forzosamente mejor que lo que ya existe. Está prohibido tener miedo a las innovaciones de la ciencia, de la tecnología, a las transformaciones de la sociedad, a las mutaciones que se van a producir en la política. Al contrario, la confianza es obligatoria, se exige optimismo”.

p. 78. Nada es más alienante que dejarse llevar ilusoriamente por la idea de que todo lo nuevo es evidentemente un progreso. Es un hecho que hay innovaciones, pero no se pueden describir como un progreso más que en relación a una elección de la que nosotros somos responsables: la definición de lo que consideramos que es prioritario respetar, de los recursos que se han de preservar, de los bienes que hay que conservar.

p. 80. El sofismo progresista (…) confía, por principio, en el futuro. Bendice de antemano lo que será, lo que todavía no existe, y se alegra de lo que todavía no se ha inventado. La primera consecuencia de poner así la esperanza en el progreso es la depreciación inmediata de lo que ya existe, de lo que está aquí, en nuestras manos, frente a nuestros ojos.

p. 84. Si todo cambia no puede ser sino para mejor, lo que significa que no tenemos nada bueno, nada que se pueda perder en el camino. No tenemos nada que perder. Nada, entre lo rela, tiene importancia en comparación con lo que se realizará mañana…

p. 86. Esto se encarna particularmente en el proyecto transhumanista (…). Nuevo idealismo, nueva religión, el transhumanismo es la forma contemporánea del progresismo moderno, una expresión perfecta de nuestra fascinación por el cambio. (…) El tranhumanismo es un optimismo: profesa que lo mejor está por venir, que el hombre de mañana será, gracias a la tecnología que hará crecer sus capacidades y la duración de su vida, mucho más feliz que el de hoy (…) ¿Cómo resistirse a la promesa del hombre aumentado?

p. 88. Con todo –riesgos para el hombre fruto del transhumanismo- “lo más importante no es el riesgo que se avecina, sino darnos cuenta de que esta creencia, este indiscutible optimismo, inunda el presente de negatividad, de frustración y de impotencia debido a su incapacidad para gozar del contacto con la realidad, de amar a lo humano tal y como es y, particularmente, al cuerpo humano.

p. 95. Explica el aturdimiento de parte de nuestros coetáneos y el refugio en el populismo. ¿Cómo es que nos sorprende que una política semejante –cambio total y permanente- provoque una crisis de identidad? (…) ¿Cómo se puede uno sorprender de la inquietud de quienes ven desaparecer de esta manera todos sus referentes y su mundo familiar cuando, además, no podemos explicarles qué es lo que los reemplazará?

p. 96. Hay que ser dinámico, hacer que las cosas se muevan, ir más deprisa; y no hay que preguntarse si vamos hacia un oasis o hacia un espejismo. Si aceptamos el optimismo como principio, si el movimiento es bueno por sí mismo, la única buena política es la que permite el movimiento, la que se sacude el yugo de la inmovilidad. La buena política no es otra cosa que el celoso auxiliar de un progreso inevitable.

p. 101. Modestia para cambiar cosas. Hay que ser infinitamente modesto, por lo tanto, cuando se pretende cambiar la sociedad, poner la sociedad en movimiento o instalar una nueva sociedad: hay un enorme riesgo de que se destruya ese orden que ha madurado lentamente, que es irreemplazable en su complejidad, su flexibilidad y su riqueza, y ante todo esto nuestras capacidades organizativas son poca cosa… Por supuesto, no todo lo que está vivo en una sociedad es bueno y hay que hacer un esfuerzo, con discernimiento, para rectificar lo que está viciado.

104. En realidad lo que necesitamos es recuperar el sentido auténtico de la política, que consiste menos en transformar que en transmitir.

104. Página tremenda de Peguy: Por más que hagamos, por mucho que realicemos, ellos irán siempre más rápido que nosotros, harán siempre mas que nosotros, bastante más que nosotros. Solo se necesita una chispa para incendiar una granja. Se precisan, se precisaron años para construirla. Eso no es difícil; no es ingenioso. Se requieren meses y meses, se necesitó un montón de trabajo para que creciera la mies. Y no hace falta más que una chispa para quemarla. Se requieren años y años para hacer crecer a un hombre, se necesitó mucho pan para alimentarlo, y trabajo y trabajo, obras y obras de toda especie. Y basta con un golpe para matar a un hombre. Un golpe de sable, y ya está. Para hacer un buen cristiano es preciso que el arado trabaje veinte años. para destruir a un cristiano el sable tiene que trabajar solo un minuto. Siempre es así. De la esencia del arado es el trabajar veinte años. De la esencia del sable es trabajar un minuto; y hacer más, ser el más fuerte. Terminar con todo. Pues bien, nosotros seremos siempre menos fuertes. Nosotros iremos siempre más despacio, siempre haremos menos. Somos del partido de los que construyen. Ellos son del partido de los que demuelen. Nosotros somos del partido del arado. Ellos son del partido del sable. Nosotros siempre seremos vencidos. Ellos nos ganarán siempre, por encima de nosotros. (El misterio de Juana de Arco)

p. 109. Contrariamente al carácter utópico propio de la modernidad, Jonas afirma que la ética del futuro exige una opción firme por el pesimismo. Si no somos indiferentes a nuestra propia humanidad amenazada de pérdidas irreversibles, entonces, sin por ello dejar de actuar, tenemos que prestar más atención a la profecía de la desgracia que a la profecía de la felicidad.

p. 125. A la pasión por el cambio no le debe responder la pasión por la inmovilidad, sino la sabiduría del discernimiento. ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el objetivo de nuestra acción?

p. 128. Habla de la diferencia entre hogar y vivienda. En un espacio en el que se cruzan individuos sin origen ni destino hay que construir viviendas, que serán como los puntos de paso en los se alojarán esos móviles en desplazamiento que hemos llegado a ser. (Frente a eso, habla de lo personal de la habitación, que se habita).

132. Egoísmo de la política. El principio de nuestras actividades políticas o económicas es solamente responder a una necesidad material e inmediata en el instante presente. Y es esta reducción de la política a la economía, y de la economía a la instantaneidad, lo que nos lleva a perder toda generosidad para con el futuro y, de esta manera, el sentido mismo de lo que ha de permanecer.

p. 137. Tenemos buenas razones para dudar de que esa vida palpitante que carece de reglas pueda cumplir sus promesas. Lo hemos dicho: en la sed permanente de cambio se percibe el síntoma de una incapacidad para reconocer y amar la realidad presente. De la misma manera, en nuestro rechazo a permanecer tal vez simplemente haya una incapacidad para habitar el mundo y para habitar lo que nosotros somos en su seno. La vida que se mira como un viaje, sin puerto de origen y sin puerto de llegada, es, para empezar, un vagabundeo marcado por el vacío y la desesperación.

p. 147. Internet se está convirtiendo en un universo en el que la lentitud queda abolida.

p. 152. Tenemos que aceptar que no podemos estar en todas partes si queremos estar auténticamente en el lugar en el que de verdad nos encontramos. Tenemos que aceptar no ser todo para poder ser nosotros mismos y para acoger plenamente una vida que la ilusión de la inmediatez solo podría volver líquida.

p. 161. Tal vez cada uno de nosotros, también los ricos, hemos perdido una libertad elemental, la capacidad de vivir sin contarlo todo.

p. 177. Pero para salvar al mundo de la razón interesada que acaba por volvernos locos hay que volver a decir que lo más esencial a nuestras vidas es y siempre será lo que no se puede contabilizar.

p. 185. El número solo expresa lo que hay de móvil en la cosa,lo que podría cambiar, aumentar o disminuir. (…) Lo esencial de la flor no es que tenga diez o doce pétalos, lo esencial es que la flor es una flor y eso no varía con número de sus pétalos. (…)

Desde este punto de vista nunca se podrá comprender ni a los seres ni a las cosas mediante el poder del cálculo, aunque tal poder sea inmenso.

p. 185. Critica la idea de inteligencia artificial. El solo hecho de que tomemos en serio esta asimilación de la inteligencia con una calculadora dice mucho sobre el desprecio que sostenemos hacia nuestra vida interior y sobre el error que nos impide darnos cuenta de que nuestro conocimiento del mundo es mucho más que un cálculo.

De hecho, los big data solo toman de la realidad aquello que se encuentra en el orden de lo variable y de lo superficial, lo que el número puede contar, todo lo que no se corresponde con la esencia misma de las cosas.

p. 192. Urgencia de la poesía: el número es el signo de lo equivalente, de lo indiferente, de lo reemplazable, del intercambio y del mercado. Si lo real no se deja expresar por este signo sin resistirse es porque está hecho de seres, de cosas, de actos, de lugares y de personas que no son sustituibles los unos por los otros, porque está hecho de elementos únicos. Y lo propio de lo único es no formar parte de ninguna serie numérica… No se coleccionan amigos, un amigo no se cambia por otro. Y, salvo que se haya perdido el sentido del amor, toda historia de amor es absolutamente singular. Todo lo que vivimos está marcado por esta excepcionalidad a la que permanecen ciegas las estadísticas.

p. 194. A la presión por el cambio, por la transformación universal, hay que responder con un sentido renovado del valor de las cosas que tenemos en nuestras manos.

194. Nostalgia: Porque la literatura sabe cuán frágil y moral es aquello que abraza y, por lo tanto, el asombro que ella nos muestra no está exento de cierta nostalgia, pero una nostalgia que es, al final, el mejor antídoto contra el optimismo atolondrado de nuestra conciencia moderna, demasiado orgullosa de sus triunfos técnicos. Esta nostalgia no es más que la expresión sencilla de un irreprimible amor por la realidad, de un amor angustiado por la belleza de las cosas, todavía más angustiado cuando son vulnerables y sabe que no podrá salvarlas solo con su abrazo.

196. Para resolver la crisis en la que nos encontramos tenemos menos necesidad de acción que de atención.

12 de enero de 2020

Yo siempre he jugado así



La costumbre es fuente del Derecho. Nace de la repetición de actos y de la conciencia en una comunidad de que determinada práctica es obligatoria. Elementos objetivo y subjetivo de la costumbre, respectivamente.

Las comunidades frikis que juegan a juegos de mesa tienen sus costumbres, interpretan a su modo las reglas del juego. Y no es infrecuente que dichas interpretaciones paulatinamente se distancien de las reglas objetivas del juego, que se leyeron por última vez hace años, si es que realmente alguna vez se leyeron. Mientras las partidas reúnen a miembros de la  misma comunidad esta evolución consuetudinaria de las reglas no genera problema alguno.

Ahora bien, cuando alguna partida reúne a personas que no suelen jugar juntas -jugadores de distintas tradiciones- es inevitable que en un momento dado surjan las discrepancias.

Si la discrepancia se produce al arranque del juego -quién tira primero, hacia dónde gira el turno, cuánto dinero se reparte al comienzo...-, las dudas son resueltas de forma pacífica y consensuada -"estamos empezando, todos somos amigos, oye, me adapto"-, salvo que haya algún energúmeno en torno del tablero, extremo que no hay que excluir. Si ante una diferencia de opiniones antes de empezar la partida algún jugador se muestra particularmente tozudo o inflexible, se recomienda replantearse la idea de jugar con él, ya que no sé sabe a qué extremos puede llegar pasada la media hora.

Lo que resulta mucho más divertido -mágico, incluso- es cuando la discrepancia surge en un momento crítico de la partida. "¿Cómo que tengo que construir primero 4 casas y luego pagar el hotel entero otra vez?", "¿Cómo que no puedo jugar dos cartas de desarrollo a la vez?". Y entonces surge la frase inigualable, canónica: "pues yo siempre he jugado así", de quien se carga de razón apelando a su exclusiva experiencia personal, como si a los demás les importase cómo ha jugado él siempre.
Esta afirmación de "yo siempre he jugado así" puede ir seguida de varias reacciones: (1) votación democrática entre los jugadores, que muchas veces no satisface a quien piensa que lleva razón, diga lo que diga la mayoría, y le sume en profundas cavilaciones sobre la validez de la democracia-;
(2) aplicación de las reglas del lugar -ius loci-, que impone quien pone la casa y ha pagado la merienda; (3) detención del juego a modo de suspensión cautelar para examinar conjuntamente las reglas, solución normalmente adoptada cuando quien reclama se empecina un poco (genial cuando las mismas son interpretables y no queda claro qué posición es la más correcta, con lo que hay que recurrir a la votación democrática o a foros de Internet, si la cosa se pone muy fea); (4) continuación de la partida y lectura individual y por lo bajini de las reglas por parte de la persona victimizada, seguida de dos posibles reacciones: reivindicación triunfal de su teoría, apuntando con el dedo la regla en cuestión o blandiendo la hoja de instrucciones sobre el tablero; o bien devolución discreta de las reglas a la caja del juego al constatar que no llevaba razón. Dependiendo de la humildad del jugador, el mismo reconocerá su error públicamente, o hará como que no ha pasado nada e intentará que nadie le pregunte qué es lo que dicen las reglas exactamente.

Una vez resuelta la controversia, el juego continua. Quien "siempre ha jugado así" pero tiene que dar su brazo a torcer puede reaccionar de dos formas: obstinación enfurruñada, de la que no se recupera durante la partida, y, habitualmente, hasta que se da una ducha en su casa; acepación deportiva, asumiendo el cambio de planes e intentando rehacerse sobre el tablero. La inclinación hacia una de estas reacciones -no siempre racional ni consciente- suele responder a la suma de dos factores: la  posibilidad de seguir compitiendo a pesar del revés interpretativo de las reglas; y la presencia en la partida de una persona hacia la que se siente una cierta atracción sexual y con la que no se tiene mucha confianza, ante la que no se quiere hacer el ridículo.

Todo esto y mucho más nos deparan las discrepancias en la interpretación de las reglas de un juego de mesa. La próxima vez que te enfrentes con una, disponte a disfrutar con plena conciencia de ese momento mágico, divertido y tremendamente humano.

10 de enero de 2020

Kodawari



Estudiar Derecho Administrativo y encontrarte con esto:

"La cultura japonesa, tan rica en delicadezas, sugiere una idea interesante a propósito de la actitud frente a la profesión, el kodawari. Se refiere esta idea a un empeño personal en la perfección. Una actitud en la que entra el cuidado sutil en los detalles;el orgullo profesional; una disposición humilde en el empeño; ligereza en la expresión; paciencia; amor a lo bien hecho; a la honradez del proceso; al equilibrio del resultado". (Eduardo Paricio Rallo: El oficio de juez de la Administración. El Cronista, núm. 81, pág. 31).

Un regalo.

11 de agosto de 2019

Hay que hacerse un tatuaje cuanto antes


Me gusta la reciente moda de hacerse un tatuaje.

1. En primer lugar, el boom del tatuaje supone que hay gente tomando decisiones más o menos definitivas, lo que ha de ser celebrado en un contexto social de pánico irracional y adolescente a las decisiones de por vida. La gracia del tatuaje, precisamente, consiste en que no es una calcamonía.

2. Quien se tatúa, además, lo hace porque porque es libre, y no se plantea que tatuarse le quite algo de libertad. Más bien al contrario: como soy (macarra y) libre me tatúo lo que me da la gana, y decido llevar un tatuaje para toda mi vida. Si la sirena o las runas élficas se borrasen en unas semanas o meses, el tatuaje sería mentira, fraude y postureo. La decisión de tatuarse perdería peso y gravedad, sería mucho  menos significativa. Poder tatuarme para siempre amplía mi libertad; no la niega.

3. En tercer lugar, tengo entendido que tatuarse duele, y que ese sufrimiento, de alguna manera, es una parte importante del rito del tatuaje. Las marcas de por vida no son un juego, no son gratis. Como el amor, como el éxito, como las dificultades, el tatuaje que se imprime en la piel conlleva también una dosis de sufrimiento que no debe evitarse. No hay amor sin espinas. No hay toreo sin muerte. No deberia haber tatuaje sin dolor.

De lo dicho hasta aquí podemos concluir que la moda del tatuaje constituye una inesperada aliada en la transmisión de ciertos valores antropológicos que parecían condenados a la extinción en el páramo relativista y hedonista en que nos encontramos. Pero ojo, es que todavía hay más.

4. Creo que si uno no se arrepiente nunca del tatuaje, al pasar del tiempo el mismo constituye una muestra de fidelidad a uno mismo -o a su novia, equipo de fútbol o difunto amigo- genial. Han pasado los años. Estoy calvo. Tengo barriga y cáncer de próstata. Quizá incluso soy un verdadero coñazo. Pero mira, aquí sigue mi tatuaje. Soy el mismo, he llegado hasta aquí, te sigo queriendo. Mola.

5. Pero es que si uno se arrepiente del tatuaje no sucede ningún drama, es incluso hasta mejor. El tatuaje se convierte entonces en un memento mori, a través del cual nuestro yo del pasado nos recomienda no tomarnos demasiado en serio nada de esta vida, ni siquiera a nosotros mismos. El tatuaje del que uno se arrepiente nos invita silenciosamente a sonreirnos ante nuestros solemnes "para siempre" y "nunca más". Y no con la sonrisa amarga del cínico o el descreído, sino con la sonrisa humilde y dulce de quién ha experimentado sus límites y sus contradicciones, pero aún así mantiene un poco de fe en sí mismo y en la vida, y está dispuesto a intentarlo otra vez. El tatuaje del que nos arrepentimos es un fracaso, no hay duda. Pero nos recuerda también que somos capaces de sueños grandes y de utopías. Que no puedas llegar es lo que te hace grande. Detrás del desencanto y de la bacía, si aprendemos a mirar, podemos vislumbrarel brillo misterioso del yelmo de Mambrino.

Me gusta la reciente moda de hacerse un tatuaje.

PD. Lógicamente, esta entrada está dedicada a quien ya lo sabe.

29 de mayo de 2019

Sorpresas en el jardín


Ayer a mediodía me acerqué a un jardín de mi ciudad con la intención de terminarme un libro a la sombra de un árbol.

Sentado en la típica plazoleta elíptica con una fuente en el centro, y cuando me disponía a empezar a leer, descubrí con asombro que la vecina del banco de al lado -además de estar escuchando una telenovela en su móvil-, se estaba cortando las uñas de los pies.

Como es natural, me alejé del lugar de autos, no fuera a ser que procediera a orinar o a defecar en la fuente a continuación.

Recuperado de la impresión, me instalé en un cómodo banco de una rosaleda. No llevaba leyendo ni diez minutos cuando una pareja de novios y un fotógrafo aparecieron por allí. Tras revolotear un poco en torno a un banco, los novios fueron adoptando poses cariñosas dirigidos por el fotógrafo, que les indicaba cómo tenían que cogerse de las manos, cuándo tenían que besarse, y hacia dónde tenían que mirar. Toda la situación era realmente artificial e indiscutiblemente hortera. Aunque intenté continuar con mi lectura como si tal cosa, lo cierto es que no conseguí concentrarme.

Por un momento consideré la posibilidad de buscar un lugar más recóndito del parque donde poder terminar mi libro, pero algo en mi interior me previno, insinuándome que quizá no estaba preparado para el género de sorpresas que el parque podría depararme allí.

Mientras terminaba el libro en el sofá de mi casa, extraje tres conclusiones importantes de mi frustrado plan de lectura bucólica, conclusiones que me gustaría compartir aquí:

1. Es realmente difícil encontrar sitios en los que mantenerse al margen de la vulgaridad.

2. Cada vez son menos quienes consiguen casarse sin hacer el ridículo.

3. A una ya no le dejan cortarse las uñas de los pies con tranquilidad en ningún sitio.

28 de marzo de 2019

¿Por qué echar aliento en la punta de los aviones de papel?



Vengo al blog de puntillas y después de mucho tiempo.

Le encargo una gestión a Pablo antes de irme a trabajar.
- Te tengo informado.
- No hace falta.
- Vamos, que te desentiendes.
Silencio medio incómodo.
- No me desentiendo. Me fío de que lo vas a hacer bien. Me fío de ti.
Risas. Me desentendí, naturalmente.

Haciendo aviones de papel con Nico, antes de lanzar por primera vez el suyo -mítico avión-flecha de toda la vida-, le echa  aliento dos veces en la punta, para que vuele mejor. Como mandan los cánones. El gesto me hizo la mar de gracia: no me acordaba de esa pequeña liturgia, cuya razón de ser aerodinámica nunca tuve el gusto de conocer ni la inquietud de investigar. Han pasado ya tres días y todavía me hace gracia el gesto, así que dejo a Nico congelado en esta entrada, con sus 11 años y sus bermudas del colegio, soplando con prosopopeya la punta de su avión-flecha. No vaya a ser que en unos años se nos vuelve a olvidar el tema del soplido, y trunquemos una tradición multisecular que no debe morir.

En cuanto a la respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada, lanzo el guante a mi hermano Luis por si quiere explicarnos el motivo. Yo soy de letras.

20 de noviembre de 2018

Elogio de la rutina




Es innegable que la rutina tiene mala prensa. Parece una especie de maldición que quita la alegría y mata la espontaneidad. Con la honrosa excepción de los mazados de gimnasio y los corredores de maratón -que cada día son más-, en general asociamos rutina a oficinistas grises y aburridos, que aman lo previsible y quieren tenerlo todo bajo control. Rutina, amor a las reglas: virtudes tardofranquistas de burócratas inseguros y tristes, con pavor a la improvisación y a las sorpresas de la vida.
Nosotros no somos así. Nos molan las gafas de colores y las minifaldas. Nos gusta improvisar. Debajo del asfalto de las ciudades está la playa. Prohibido prohibir. Nos divertimos en el trabajo. Tenemos una visión-misión. Y todas esas gilipolleces adolescentes. Suerte con ello.
Yo me quedo con la rutina. Me encanta. Nadie lo dice mejor que Gómez Dávila: "Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir".

26 de octubre de 2018

Mi aperitivo favorito



Admiro a las aceitunas negras. No tienen buena pinta. No saben bien. Si están lisas, parecen artificiales. Si están arrugadas y flácidas tiran para atrás. Tienen hueso. Lo mires por donde lo mires, la aceituna negra es un producto rancio. Además, y para colmo de males, tienen una hermana guapa, la aceituna verde, mucho más glamourosa y con caché.

Todo esto es así. De hecho, y por mucho que las saquen en Tres Caminos, no conozco a nadie que vaya a un restaurante y pida unas aceitunas negras de aperitivo. A nadie.

Pero coño, ahí están las tías. Resistiendo. Buscando alianzas extrañas: con anchoas en pizzas, con quesos italianos de nombres importantes en ensaladas de supermercado, con garbanzos para el humus, con pescados y pimientos rojos. A lo que caiga.

Si lo piensas despacio, realmente es de admirar. Teniendo todos los motivos del mundo para resignarse a una honrosa y silenciosa extinción, la aceituna negra sigue en la brecha. Con la constancia y la humildad del antihéroe: sin alardes pero sin rendición. Admiro a las aceitunas negras.

La próxima vez que vaya a Tres Caminos y me saquen un platito de aceitunas negras -muy arrugadas- para entretener la espera, en lugar de la mueca de protesta de quien hubiera preferido anacardos o panchitos, prometo mirar las aceitunas con una chispa de complicidad y un punto de admiración. Acabo de nombrarles mi aperitivo favorito.

9 de octubre de 2018

Empuja


Cuando sudábamos en el coche, oíamos canciones enteras de cintas que se repetían una y otra vez, y nos amontonábamos en el asiento de atrás racimos de niños -culo alante, culo atrás para caber mejor-, un coche sin batería se arrancaba empujando, lo que constituía un momento de solidaridad, expectación y alegría de trabajo en equipo.

Nada que ver con la solución técnica de utilizar unas tristes pinzas con seriedad de mecánico experimentado.

Empujar el coche mola mucho más. No puedes hacerlo solo, de modo que hay que buscar gente solidaria dispuesta a darse una carrerita: amigos, vecinos, viandantes. Como en la mili, los reclutas tienen perfiles muy heterogéneos: un macarrilla que pasa por ahí -los macarrillas suelen ser gente cívica y de buen corazón-, un runner en pantalón corto, un portero panzón, algún niño... Una vez reclutada, la gente suele empujar con alegría y brío, raro es quien se anima a regañadientes.
Siempre hay quien antes se quita un abrigo, una chaqueta, los zapatos -todo se ha visto-, o se arremanga, como si fuera a correr los cien metros lisos o a mover un piano. Otro clásico es quien se ofrece a asumir la conducción, a lo que siempre uno se opone con la tan vaga como absurda sospecha de que puede ser que le roben el coche.

Entre los ayudantes, algunos empujan a conciencia, mientras que otros se limitan a acompañar el vehículo haciendo como que ayudan -quien haya movido sofás con amigos sabe a lo que me refiero-. Una figura muy recurrente es la del experto en Fórmula 1 que le recuerda varias veces al dueño del coche qué tiene que hacer: pon segunda, aprieta el embrague, pon el contacto..., a quien hay que escuchar con gran interés, no sea que se sienta ofendido y se vaya. Si el tío ya empieza a preguntar más cosas de la avería y te invita a abrir el capó, ten cuidado: puede tenerte allí más de media hora, y puedes comenzar a perder reclutas que hacen mutis. Tras las maniobras previas para "embocar" el coche en una recta, toca ganar velocidad.

Por fin, cuando el coche coge algo de inercia, se pone el contacto y -tras unas toses del motor que suponen el clímax de la situación-, el coche arranca y se aleja. Momento crítico, ya que el coche experimenta un ligero frenazo y una posterior aceleración, lo que puede hacer perder el equilibrio a los que empujan.  Más de uno se ha caído de morros al asfalto.

Una vez que el coche arranca, el dueño mira por el retrovisor cómo los ayudantes se hacen pequeñitos -momento de gran carga simbólica y muy cinematográfico-, y lo suyo es tocar el cláxon en señal de agradecimiento. Los que han empujado se felicitan: los niños con euforia; los mayores, con alegría contenida, casi con circunspección, con la satisfacción del deber cumplido. Según los cánones, hay que dar tres palmadas verticales a fin de limpiarse las manos -aunque su verdadero significado es más bien: "otro problema que resuelvo...".

La alegría que se experimenta es difusa, pero genuina: la que da el trabajo en equipo, la solidaridad, el éxito en una empresa. Son satisfacciones que la vida diaria no nos da muchas ocasiones de saborear.

Frente a este momento de camaradería y encuentro, arrancar un coche con pinzas es un acto anodino, solitario y triste. Su proceso es meramente técnico. Su resultado predecible.

No te dejes engañar por los cantos de sirena de la sociedad individualista y tecnificada. Apuesta por la amistad y la gratitud. Tira las pinzas grasientas que guardas en tu garage. Te diría más. Déjate las luces del coche encendidas de vez en cuando. Y arranca empujando, como toda la vida. Algo escondido en tu interior te lo agradecerá. Verás que el niño que hay dormido en ti -y en quienes se ofrezcan a ayudarte- no ha dicho todavía su última palabra. Le cargarás a él también las baterías.

19 de julio de 2018

Varios flashes



Cuando te entiendes tan bien con alguien que no hace falta que en las bromas de whatsapp pongas emoticono alguno.

El estómago tiene una cámara secreta para el dulce. Puedes estar muy lleno y no poder más. Pero cuando llega un postre rico, siempre encuentras algo de sitio para él.

Le di un golpe fuerte al coche con un bordillo traicionero. Me quedo sentado con cara de tonto. Mis amigos se acercan a la parte delantera. Veo sus caras mirando el golpe desde fuera, e intento valorar los daños a juzgar por sus muecas. La situación es bastante cómica y me da la risa. Luego se reirá el del taller, cada uno tiene su momento.

En los artículos que escribo procuro esconder dos o tres palabras molonas, con la ilusión de que alguien sonría al descubrilas. Hace poco escribí: "etnia mapuche"; ayer, "industrias vitivinícola y quesícola"; hoy, "añagaza". Pequeñas venganzas contra el gris aburrido del argot académico.