29 de agosto de 2024

Marías y Lewis

 Mi querido Orugario:

Me encanta saber que la edad y profesión de tu cliente hacen posible, pero en modo alguno seguro, que sea llamado al servicio militar. Nos conviene que esté en la máxima incertidumbre, para que su mente se llene de visiones contradictorias del futuro, cada una de las cuales suscita esperanza o temor. No hay nada como el suspense y la ansiedad para parapetar el alma de un humano contra el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo que hacen; nuestro trabajo consiste en tenerles pensando qué les pasará.

Arranque de la carta 6. 

Marías ya decía algo similar: no debemos preguntarnos qué va a pasar, sino qué vamos a hacer.

Para tenerlo en cuenta si escribo otra historia - del comentario de Antígona de Pedro Talavera

 Aristóteles subraya tres elementos constitutivos de una tragedia:

- La peripecia: acción que se vuelve en sentido contrario;

- la anagnórisis o reconocimiento: el hecho de pasar de la ignorancia al saber;

- y el acontecimiento patético: acción que provoca destrucción o dolor (una agonía, una herida, un duelo).

Además, hay un debate, una lucha, un agon, entre dos personajes principales, moderado por un coro que es, generalmente, una voz colectiva.

Estas ideas las saco de un ensayo de Pedro Talavera sobre Antígona  (contenido en su libro Derecho y literatura). Aquí dejo otras notas que me han resultado de interés:

El héroe trágico asume sobre sí el peso de lo fatal e ineludible. Hay en él una serena sabiduría que le conduce a los actos por los cuales habrá de sucumbir.

El héroe trágico es siempre culpable: Edipo y Antígona han violado efectivamente una ley. En cambio, el héroe judío (Abel) o el héroe cristiano (Jesús) son esencialmente inocentes.

En Antígona observamos muchas oposiciones antropológicas fundamentales: joven-viejo; mujer-hombre; individuo-sociedad; muertos-vivos; dioses-hombres. También jurídicas: deber-conciencia; derecho vigente-derecho ideal.

Cuando la fuerza trata de imponer certidumbres dogmáticas inamovibles, la opresión hace surgir nuevas Antígonas que no tardan en remitirse a una justicia más alta.

Antígona: encierra dentro de sí una grandeza que le permite actuar, en lugar de quedarse paralizada y lamentándose como su hermana Ismene.

25 de agosto de 2024

Tres libros que he leído este verano

Aquí dejo un comentario de tres clásicos que he leído este verano. Aprovecho para avisar de que últimamente utilizo el blog como cajón de sastre, para ir publicando cosas que escribo y no tengo dónde guardar. Espero que esta costumbre no desnaturalice mucho 10argumentos. Vorem.

 Este verano he leído tres clásicos: Grandes esperanzas (Dickens, 1860-1861), Padres e hijos (Turgueniev, 1862); y Almas muertas (Gógol, 1842). Poquito a poco vamos completando el canon. Respectivamente, les pongo un 8, un 9 y un 6,5.

Aquí dejo algunas impresiones sobre cada uno.


Grandes esperanzas cuenta la infancia y primera juventud de Pip, un niño de un contexto rural y pobre que recibe una misteriosa donación en su favor de un benefactor anónimo que le hará rico cuando alcance la mayoría de edad. Las expectativas o esperanzas asociadas a esa donación le hacen irse a vivir a Londres y cambiar su estilo de vida humilde –está destinado a ser herrero, como su cuñado- por otro algo esnob en la capital inglesa.

A lo largo de las páginas aparecen personajes muy bien caracterizados, entre los que destaco los siguientes.

-        Joe: cuñado de Pip, casado con su hermana mayor. Es un hombre sencillo y bastante simplón, pero que quiere profundamente a Pip.

-        Miss Havisham. Extraña señora que fue abandonada al pie del altar el día de su boda y que ha renunciado seguir viviendo, convirtiendo su casa en una especie de tumba congelada el día en que debió ser desposada.

-        Mr. Jaggers: abogado londinense frío y distante que inspira un temor reverencial a todo el que se acerca a él. Se encarga de los asuntos legales de Pip.

-        Biddy. Amiga de la infancia de Pip, con quien quizá Pip podría haberse casado y llegado a ser feliz de no tener tan grandes esperanzas.

La novela tiene un tempo tranquilo y lento, como todas las de Dickens, y no le falta un punto de humor irónico e inteligente. Muchos de los personajes son estupendos. Entre los temas que se abordan, destaca el de cómo las expectativas sobre lo que significa ser un caballero respetable influye en las personas, principalmente en Pip, quien, a pesar de ser el narrador, a menudo queda como un lechuguino o un pueblerino pretencioso. Quizá los tres personajes más entrañables de la novela –Joe, Biddy y Wemmick, un trabajador del despacho de Mr. Jaggers- son precisamente aquellos que no tienen especiales expectativas, en el sentido de que se conforman con lo que tienen y no viven pendientes de la opinión de los demás ni de las apariencias.


 En cuanto a Padres e Hijos, la novela me ha gustado mucho. Es una historia curiosa, sin un protagonista claro. La narración se articula en torno a tres grupos de personas y a tres lugares.

El primer grupo de personas son Arkadi y Bazarov, jóvenes veinteañeros con estudios universitarios que comparten una visión revolucionaria de la vida. Bazarov, que se declara nihilista a las primeras de cambio, es algo mayor que Arkadi y ejerce una gran influencia sobre él. Con un cierto adanismo, ambos desprecian las tradiciones, denuestan las convenciones sociales vigentes y tratan con una cierta displicencia a sus mayores.

El segundo grupo lo ocupan el padre y el tío de Arkadi y los padres de Bazarov. Se trata de personas de una generación anterior, que –aunque abiertas a los cambios políticos y sociales- observan con un punto de preocupación la deriva ideológica y el despego afectivo que detectan en sus hijos o sobrino.

El tercer grupo lo conforman dos hermanas: la hermosa Ana Odinstova, viuda cercana a los treinta, y su hermana pequeña, Katia. Tanto Arkadi como Bazárov quedarán pronto rendidos ante los encantos de Ana Odinstova, si bien esta se siente inclinada hacia Bazarov.

En cuanto a los lugares, la acción discurre entre la casa del padre de Arkadi, la de los padres de Bazarov, y la de Ana Odinstova.

El libro avanza mediante distintos encuentros y conversaciones, en los que se hacen patentes diferentes conflictos, fundamentalmente generacionales, ideológicos y afectivos. Turguénev describe de forma magistral los estados de ánimo, los sentimientos y la evolución interna de los protagonistas, sin tomar partido por ninguno de ellos ni abordarlos de forma moralista o maniquea. En muy pocas páginas –apenas 200- se presentan de modo profundo y muy matizado una amplísima gama de situaciones, paradojas y relaciones que a otros autores –especialmente rusos- les llevan tomacos de 700. Todo en el desarrollo de la trama es elegante y moderado, lejos de los arrebatos pasionales que caracterizan otras novelas rusas, particularmente las de Dostoievski.

A esperas de una relectura –que tengo pendiente para preparar un libro fórum-, y más allá de la genial descripción de los sentimientos de los personajes, me ha gustado especialmente el contraste entre las ideas y las experiencias de Bazárov, quien por lo visto es el primer nihilista retratado en una novela rusa, y pudo inspirar el personaje de Iván Karamazov. Conforme a su cosmovisión, todo en la vida tiene para Bazárov una explicación científica; resulta imprescindible impugnar y atacar cualquier sistema de valores establecido; y toda forma de amor es un puro sentimentalismo romántico despreciable. Sin embargo, tras el encuentro con Ana Odinstova, sus planteamientos racionalistas y nihilistas se tambalean. Aunque, como he dicho, Turguénev no hace juicios morales, resulta elocuente que Bazárov encuentre una cierta paz al final del libro ayudando a su padre médico a atender mujicks enfermos –en lo que supone un acercamiento a la realidad-, y (spoiler) fallezca joven tras contagiarse de una enfermedad mortal mientras realiza una autopsia, lo que bien puede ser una metáfora de los nefastos efectos que el nihilismo –una doctrina mortal- puede producir en un joven inteligente y prometedor. De esta enfermedad escapa Arkadi gracias al amor de Katia, que le rescata de los cantos de sirena de las doctrinas de Bazárov.

En resumen, un libro breve, profundo y ameno. Muy recomendable.

 

Vamos con Almas muertas. Publicada en 1842, se dice que es la primera novela moderna rusa. El propio autor la define como un poema épico en tres partes, y la asemeja con la Divina comedia, con su infierno, su purgatorio y su cielo. La versión publicada de Almas muertas se corresponde con la primera parte y algunos fragmentos de la segunda, cuyo manuscrito original el autor echó al fuego diez días antes de morir. La obra también ha sido comparada con El Quijote, ya que relata las andanzas de Chichikov y sus dos siervos por diferentes provincias de Rusia y sus encuentros con una galería muy particular de personajes. Sin ser crítico literario ni saber ruso, creo que ambas comparaciones son bastante generosas con el libro de Gógol, que por otro lado está a medio cocinar.

La trama de Almas muertas es sencilla. Chichikov, un funcionario retirado de mediana edad, escasos recursos y presencia estudiadamente distinguida, recorre diferentes provincias de Rusia con una peculiar intención: comprar campesinos muertos (almas muertas), cuyo deceso todavía no consta en los registros oficiales. Si bien parece que la intención de tan extraño negocio es obtener del gobierno la cesión de tierras para ser cultivadas por esos supuestos siervos, en ningún momento queda claro para qué quiere Chichikov esas almas exactamente. A lo largo del libro, Chichikov formula su propuesta a diferentes personajes, cuyas reacciones resultan muy variadas, en función de su carácter.

El nervio de libro no es otro que dichos encuentros y su contexto: el paisaje, la situación de cada aldea o hacienda que Chichikov visita, las isbas de los siervos, la casa de cada terrateniente, el recibimiento que hace de Chichikov y su reacción ante tan extraña propuesta. El libro combina un tono descriptivo y realista con algún pasaje humorístico, cuando no kafkiano. El viaje de Chichikov es empleado por Gogol para describir el paisaje y el alma rusos, a través de los diferentes caracteres que va presentando, la mayoría de ellos muy caricaturizados.

La historia no me ha enganchado demasiado y, para terminarla, he tenido que remar. Supongo que en parte es porque se trata de una obra inacabada, en la que de antemano se sabe que no hay cierre ni final. En cualquier caso, el libro tiene pasajes interesantes, que revelan un gran conocimiento del alma humana, con sus grandezas y miserias, y otros realmente divertidos. En particular, destaco el Capítulo IX (de la primera parte), que da cuenta de cómo el prestigio de Chichikov en una determinada ciudad se esfuma en pocas horas tras la propagación de bulos y medias verdades realmente hilarantes. También me ha resultado sugerente una idea que se repite mucho en relación con las burocracias y los funcionarios: para tomar decisiones adecuadas hay que estar cerca de los problemas y conocer de primera mano las situaciones, y no decidir a miles de kilómetros escribiendo expedientes de papel que nada tienen que ver con la realidad.

Toda la obra destila un gran amor a lo ruso –particularmente, al idioma- y un cierto propósito moralizante, a pesar de las dudosas trazas éticas del protagonista, que es un comercial encantador pero con pocos escrúpulos, como evidencia el propio objeto de su negocio.

En conclusión, sensación parecida a la que me quedó tras leer Moby Dick. Aunque no he terminado de captarlos, he disfrutado de algunos pasajes, he cogido el aire del libro y ya puedo decir que los he leído. Bien está.

8 de junio de 2024

De manías y carriles



Poco a poco -será la edad- mi vida transcurre por raíles relativamente fijos. Supongo que es lo que empieza a pasarle a la gente de mi edad. Los padres se libran un poco porque su casa y su agenda son invadidas por anarquistas bajitos expertos en dinamitar costumbres y sabotear raíles. Pero no es mi caso, por lo que los carriles fijos van ganando espacio en mi rutina. Cosa que me asusta, la verdad. Pero que tampoco está en mi mano evitar sin empezar a hacer cosas raras.

Uno de esos raíles es la perfecta ubicación de mis zapatillas de andar por casa cuando me acuesto. Las coloco de tal modo que cuando me levanto mediodormido para ir al baño mis pies aterrizan en ellas a la perfección. Pues bien, cuando hoy a las tres a.m. me encaminaba al baño he dado una patada a la pata de la cama. Gracias a que iba calzado, he sufrido un dolor muy moderado. De vuelta en la cama me he imaginado con veinte años menos chutando la pata de la cama descalzo, y saltando a la pata coja con la punta del pie cobijada detrás de la rodilla maldiciendo en hebreo.

Me he dormido burlándome un poco de mi yo de 20 años, que vale que jugaba al fútbol y tenía un carácter más flexible y no tenía manías de viejo en plan Mejor imposible ni se levantaba a mear por las noches, pero que daba puntapiés a patas de cama metálicas sin tomar las precauciones más elementales, el muy tonto.


PD. Por cierto, escribiendo esta entrada he recordado este cuento, que leí hará 25 años.

El Derecho y el revés

 

El derecho y el revés, Ariel, Barcelona, 2004 (3ª).

Correspondencia entre Alejandro Nieto y Tomás Ramón Fernández


 Es interesante ver las dos personalidades en diálogo. Nieto parece un genio atormentado, caústico. Fernández, un hombre leído y conciliador.

El libro habla un poco de la esencia del Derecho, de cómo lo aplican los operadores jurídicos -sobre todo, los jueces-, y de las razones por las que existen sentencias contradictorias. Más allá del contenido, la lectura es muy agradable por la maravillosa pluma de los dos autores, particularmente la de Nieto, llena de metáforas muy sugerentes.

Copio a continuación algunas citas o ideas que me han gustado especialmente (cuando no se indica el autor, son de Nieto). A ver si las revisito de vez en cuando.

(Esto es una idea de fondo, no una cita): Dos concepciones de la ley: como norma solucionadora de conflictos, bastante unívoca. O como conjunto de criterios, orientaciones y directrices para que el juez responda bajo su propia responsabilidad. En esta segunda posición se sitúa Nieto. Esta teoría es la que justifica para él que para un mismo litigio existan diferentes soluciones justas, lo que no representa un problema. Hay muchas soluciones posibles y algunas incorrectas.

Nieto. P. 62. Mira que la ley es un becerro de oro que brilla demasiado y es más cómodo danzar en su torno, repitiendo las músicas de siempre, que aventurarse por las zarzas del desierto buscando al dios verdadero, al Derecho que está por encima de la ley.

p. 67. Las grandes organizaciones -como los pastores- han de mimar a los consumidores y usuarios porque cabalmente viven de ellos. Las ovejas bien cuidadas están lustrosas y con buenas carnes y, aunque saben que así se las trata no por amor a ellas sino por el beneficio de la báscula del mercado, pueden disfrutar de la vida hasta que les llega su hora.

p. 70. Hablando de la mala técnica legislativa. (Escrito en 1997). Lo grave es cuando una ley, con independencia de sus intenciones, se expresa en términos confusos, contradictorios, haciendo imposible suaplicación y -sin beneficio de nadie- deja las cosas peor que estaban. Corren tiempos de legisladores ignorantes e insensatos que ponen a los profesores y jueces en aprietos muy delicados, ya que resultan de inteligencia y aplicación imposibles.

p. 88. Tal y como cuentas -y la anécdota es de peso- la estabilidad de la ley nos protege de los caprichos de un director general; pero, en contrapartida, conserva ocurrencias del legislador en mala hora tenidas (…). Con la consecuencia de que la Administración y los particulares hemos de pagar durante años y décadas los errores de una noche legislativa.

Tomás Ramón, p. 109. Que no se cumplan todas las normas no es tan malo. Corrige una cierta legislomanía.

Si lo que quieres decir en tu última carta es que la ley no rige al cien por cien, la vida colectiva, esto es, la conducta de los ciudadanos, el trabajo de los funcionarios y la propia actividad de los jueces puedes decirlo sin más porque es cierto, pero no te apresures por ello, sacar conclusiones demasiado rotundas. Yo te diría, incluso, que no es malo, sino todo lo contrario. Recuerda aquella aguda frase con la que Agustín de Foxá acertó a definir el franquismo: una dictadura moderada por el incumplimiento. Y es que el incumplimiento parcial de la ley o, si quieres, la ineficacia parcial de esta, es la vía por la que retorna una parte de la libertad que inicialmente nos arrebata, que es, justamente, de lo que tú te quejas tan amarga tan amargamente. (…) Esa legislomanía (…) encuentra un paliativa, un mecanismo corrector, en el escepticismo del consumidor, es decir, del ciudadano que, lógicamente, se apunta a lo que en cada caso le conviene, afortunadamente para todos.

117. Las relaciones entre el juez y la ley: esa cumbre de la cordillera del pensamiento jurídico que todo jurista de raza se siente impulsado alguna vez a escalar, aunque por sus laderas y ventisqueros todos terminen despeñados.

126. La Ley es una oferta, una directriz que recibe el juez (todos los operadores jurídicos) para -con ella y desde ella- ponerse a trabajar, a “hacer Derecho”.

131. Hay cosas no demostrables: no susceptibles de demostración sino de argumentación plausible.

131. La opinión dominante no nos vincula, pero nos obliga a ser muy cautelosos porque despreciarla es de soberbios.

150. Como de los apaleados salen los escarmentados, veo contrabandistas por todas partes y tiendo a leer pretexto donde pone justificación. La atractiva manzana de la técnica, cualquiera que sea la variedad de esta, lleva escondido el gusano ideológico que la hace inevitablemente sospechosa.

152. La pregonada conciencia de los juristas, la conciencia de los profesores se vente a tanto la línea. (…) ¿Puedes citarme una ley, una sola ley, que no haya sido respaldada y defendida por algún catedrático? ¿Puedes citarme una causa vil que no haya sido sostenida por un puñado de juristas importantes?

161. Ley: materia prima para el juez. P. 161. Las leyes están en el Boletín Oficial del Estado, como los alimentos en un supermercado (sic veniat verba). El juez va recorriendo los estantes y escoge los productos enlatados y empaquetados, que con su abstracción pueden valer para muchas cosas. Luego, en la cocina de su casa, se prepara el plato concreto y de las múltiples posibilidades que ofrece el arroz, termina obteniendo una paella o un arroz negro o un arroz a la cubana. Eso es lo que se come -lo ya aderezado- y no los duros granos del paquete. Vistas así las cosas, ni que decir tiene que las colecciones de jurisprudencia sirven como libros recetarios para uso de jueces de poca imaginación o demasiado cómodos e insensibles para crear sus propias fórmulas.

TRF. 176. Con las palabras nos estado encadenar argumentos y construir razones para justificar nuestra conducta o demostrar la falta de justificación de la de nuestro eventual adversario ante una instancia imparcial cuya decisión hemos convenido de antemano aceptar. De eso y no de otra cosa trata el Derecho (…).

190. Las diferencias entre demostración y argumentación son bien sabidas. La demostración se refiere a hechos empíricamente verificables o a reglas objetivas (…). En estos casos, cualquier discusión es ociosa porque no se trata de opiniones personales. No se discute si está lloviendo o no, basta sacar la mano por la ventana (…).

La argumentación, en cambio, que nada puede demostrar, pretende convencer, intenta ganarse al auditorio con habilidades retóricas. La demostración se logra o no se logra; no hay términos medios: o se ha demostrado la existencia del hecho o no se ha demostrado. En la argumentación, por el contrario, puede hablarse de plausibilidad y de fuerza convincente. (…) 191. El objetivo declarado de la argumentación es convencer al destinatario y convencer es lograr la aceptación o adhesión a lo que se está diciendo.

192. La fuerza persuasoria de la argumentación depende de (1) la solidez de las razones esgrimidas, (2) de la habilidad del exponente y (3) de la receptividad del auditorio.

TRF. 204. El gran enemigo de la formación, ahora agigantado hasta hacerse monstruoso, es la obsesión por la información, el exceso de información, y de sus inevitables secuelas, el afán de novedades, el prurito de la erudición, el deseo de mostrar a los demás que se está à la page, la banalidad y la fugacidad de las modas.4

208. Es curioso que la sociedad moderna que ha quitado de los altares cosas tan sagradas como la Religión, la Patria o la Familia, siga poniendo velas al Derecho.

211. Si un torero no domina su arte, le pilla el toro, y a un ingeniero que desconoce su técnica, se le hunde el puente. Mientras que las sentencias y las escrituras valen igual, estén bien o mal hechas. La calidad de los abogados se mide por contraste con la de sus adversarios; de tal manera que pueden vivir equiparados en la calidad más ínfima: hagan lo que hagan, uno de ellos ha de ganar el pleito y el cliente lo achacará a sus habilidades.

214. Nada hay tan insípido como un libro que no logra remontarse de la ley que está comentando.

216. El ocio cultural devuelve el ciento por uno.

220. Si un día desapareciesen de las librerías todos los libros que se autotitulan prácticos o apareciese el cura de Don Quijote para mandar a la hoguera a todos en los que se cita pedantemente y sin venir a cuento a más de tres autores por página, probablemente recuperaría el apetito por lecturas nuevas.

225. TRF. No pueden pedírsele peras al olmo, pero sí sombra.

225. TRF. Esencia del Derecho. La vida sigue y para vivirla en paz se necesitan reglas de algún tipo, se necesitan procedimientos para resolver los eventuales conflictos que la convivencia hace inevitables y hacen falta árbitros neutrales que puedan, al menos, moderar el debate, valorar las razones de unos y otros y proponer una posible solución. Ya hemos descubierto el Derecho.

242. Porque –frente a lo que creían ingenuamente los hombres de la Ilustración- nada hay más injusto que lo general y uniforme. Por eso se dice que los jueces son los protectores de los ciudadanos: no tanto a la hora de ampararlos con el manto de la ley como a la hora de impedir que la ley se les aplique en sus términos literales. Porque el juez puede reducir el rigor de la dura lex y cortar, utilizando el paño genérico de la ley, un traje personal e individualizado para cada caso.

247. Yo no pretendo ser un Sansón que derriba las columnas para morir matando filisteos.

248. AN se dirige a TRF. Lo que pasa es que estamos representando papeles diferentes del mismo drama y, sin uno, no se entendería el otro. Tú has asumido deliberadamente el del constructor, el de quien no mira atrás y, aceptando las cosas como son, entiende que siempre hay sitio para edificar algo nuevo y hermoso. Yo he asumido, también deliberadamente, un papel menos atractivo: el de destructor, el de quien mira atrás y alrededor y, no aceptando las cosas como son, pretende derribarlas para hacer sitio a lo nuevo, a lo hermoso y a lo justo. Para poder avanzar no basta tener buenos pies, pues antes hay que abrir camino, podar las zarzas, apartar las piedras caídas y levantar los troncos atravesados. A cuyo efecto son imprescindibles el hacha, el pico y en ocasiones hasta la dinamita.

TRF. 255. Yo tomo el sistema tal cual es porque sé muy bien que no va a derrumbarse por mucho que yo empuje. No soy Josué, ni tengo sus trompetas.

27 de abril de 2024

Aprendiendo en la universidad

 


C. y su pareja nos hacen una visita en la facultad, para presentarnos a su bebé de dos semanas. Nos arremolinamos en torno al carrito, sonriendo embobados y mirando al bebé, que duerme plácidamente. 

- Yo soy catedrático -le susurra lentamente G., que es un cachondo.

Ante la total pasividad su bebé, más en broma que en serio, C. se disculpa:

- Me sabe mal que no haga nada, pero en fin...

- Chica, está -tercia G-. ¿Te parece poco? Ya ves que no hace falta más para tenernos a todos aquí tan contentos.

Luego pasa el tiempo y ya se nos olvida.

Identidad

 


Mientras hago cola en la cafetería de la facultad escucho este retazo de conversación.

- ¿Te has fijado en que to-do-el-mun-do lleva adidas?

- Totalmente. Hay que hacerse con unas ya. Sin unas adidas ahora mismo no eres nadie.

8 de abril de 2024

Breve historia de un secuestro

 


 Estábamos recogiendo el desayuno y preparando las mochilas cuando L. anunció que un amigo suyo del trabajo tenía una casa de pueblo por allí y que, si queríamos, nos invitaba a comer.

Aunque por educación no dijimos que no, creo que a ninguno de los tres nos apetecía ir: no conocíamos de nada al susodicho, y teníamos por delante una excursión de cinco horas. Aquello se zanjó con los típicos "ya veremos", "lo vamos viendo" y "Dios dirá".

Al acabar la excursión (14.45, con media hora de coche por delante, cansados y sin duchar), L. insistió en el tema. Tras unos instantes de silencio incómodo, me erigí en portavoz del sentir común e intenté abortar el plan: aquello no tenía sentido. Presentarnos a las 15.30 en casa de un matrimonio desconocido cuatro personas vestidas de deporte, sudadas y agotadas no tenía ni pies ni cabeza. "Vamos a casa. Nos duchamos. Comemos tranquilamente. Damos una cabezadita. Y si acaso nos pasamos a merendar".

Pero L. es cabezota, y su colega no cejó. "Dice que vayamos. Que no nos preocupemos por la ducha, que no piensa olernos al llegar. Y que ya tiene la mesa puesta".

Maldiciendo nuestra suerte y la tozudez de L. con escaso disimulo, pusimos rumbo hacia casa de su amigo

Pues bien, la comida fue maravillosa. Comimos en una terraza con unas vistas estupendas a la montaña. El matrimonio, de unos cincuenta largos, era encantador. Hospitalarios, campechanos -él con una camiseta negra de Speedy Gonzales, dato-, cultos, alegres, con conversación. Nos habían preparado un arroz con costillas suculento. Se habían acercado al horno a comprar unas cocas con anchoas y tomate. Abrieron dos o tres botellas de vino, una de mistela negra y otra de mistela blanca. L., totalmente desinhibido, agotó a dos carrillos las reservas de chocolate del municipio durante la sobremesa, plácida y distendida.

Serían las seis cuando muy a nuestro pesar tuvimos que arrancamos de allí, prometiendo volver pronto. De camino a casa -ducha, maletas, vuelta a Valencia y lunes en el horizonte-, mirando por la ventanilla, pensé que hay gente para todo. Y, sonriendo antes mis estériles esfuerzos por declinar esa "absurda" invitación,  agradecí de corazón que no todo el mundo sea como yo.

Si estás a tiempo, no vayas

 

Fue hará un par de años.

Me invitaron a una conferencia en la sede de una Congregación (lo que viene a ser un ministerio), después de la cual tendría lugar un paseo por los jardines vaticanos.

Los jardines no están mal. Las vistas de la cúpula de San Pedro desde el cogote, mucho más cerca que las que ofrece la Via de la Concilizaione, son realmente impresionantes. No en vano, son las que imaginó Miguel Ángel, en cuyo diseño original la basílica tenía planta de cruz griega. Más allá de estas vistas -y sin intentar refrescar mi memoria en Internet- del paseo recuerdo una fuente peculiar, el monasterio donde entonces vivía Benedicto XVI, un jardín francés cuidado y uno inglés más agreste, una torre redonda de ladrillo coronada de un tejado circular que me recuerda remotamente a la casa de Gargamel, un paseo que termina en una gruta reproducción de la de Lurdes, un helipuerto, una vía de tren muerta y varias esculturas de la Virgen "modernas" realmente espantosas. También recuerdo que durante el paseo -de una media hora-, nos cruzamos con cinco o seis jardineros y con nadie más.

Mi conclusión es que aquello no está mal, pero no es para tanto. Si antes de mi visita en mi imaginación los jardines vaticanos eran una especie de sancta sanctorum rodeado de un áurea de misterio y misticismo, un entorno medio élfico y medio angelical, al terminar el paseo pasaron a ser un jardín apañado y bastante desierto, así, sin más. Ni papas recogidos rezando el rosario, ni obispos circunspectos caminando despacio mirándose las puntas de los zapatos y cavilando sobre algún dogma, ni túmulos célebres con bustos de bronce y cagadas de pájaro. Ni cardenales jugando a la petanca, ni monseñores paseando al perro, ni tíos haciendo pompas gigantes, ni niños columpiándose ni jugando al balón, ni abuelos sentaos en bancos, ni parejas paseando de la mano.

La verdad es que no sé qué esperaba de los jardines vaticanos cuando acepté la invitación, pero tengo claro que nunca debí haber ido. Gané unas vistas preciosas del cuppulone, de acuerdo. Pero perdí algo infinitamente más valioso: un lugar encantado, un refugio de fantasía en mi imaginación. Pasan los años y me van quedando menos.

10 de marzo de 2024

Peldaños hacia la tumba

 

Uno se hace mayor poco a poco. Pero también hay rubicones, líneas rojas, señales descaradas que nos enfrentan a la evidencia de que ya no somos unos chavales y el sol comienza a darnos por la espalda.

Dejando a un lado dos o tres demasiado universales (cumplir 40, que te llamen "señor", volverte -todavía más- invisible para chicas guapas con las que te cruzas por la calle) aquí consigno algunas que he tenido que digerir en los últimos meses, cuyo zarpazo todavía escuece y amenazan con sumirme en una dulce melancolía: deshacerme de mis últimas botas de fútbol; descubrir que a pesar de resultarme visualmente atractivas, las gominolas cada vez me apetecen menos y me sientan peor; tener un "no" por defecto para los planes imprevistos, por muy buena pinta que tengan; sentir enojo ante el ruido y maldecir internamente a sus responsables; gastarme un ticket regalo de 60 pavos en un manual gris de Derecho administrativo. Y aquí va la última, que me asaltó por sorpresa hace solo unos días y me tiene muy pensativo: disfrutar de un plato de acelgas verde oscuro con taquitos de jamón y almendra picada que estaba, sencillamente, cojonudo.