4 de mayo de 2025

La tiranía de las métricas

 La tiranía de las métricas

Jerry Z. Muller (pongo una foto del tío porque no tiene desperdicio)

Hace unas semanas me terminé este breve ensayo, que critica la “tiranía de las métricas” o la “ideología de la cuantificación”. Esta tiranía podría resumirse en la idea cada vez más extendida de que la principal forma de mejorar cualquier cosa es midiéndola.

El libro me ha interesado porque en la universidad –como en tantos otros ámbitos-, esta tiranía va ganando posiciones, de modo que todo se mide: número de publicaciones, número de citas, nota que te ponen los alumnos… y parece que tu calidad y nivel como profesor pueden encerrarse en dos o tres guarismos.

La tesis principal del libro es que medir puede ser útil en ciertas situaciones y contextos, pero que en muchos otros resulta reduccionista, distrae de los verdaderos objetivos, distorsiona el trabajo de personas o empresas, incentiva las trampas, fomenta el cortoplacismo, reduce la creatividad, degrada el trabajo y desactiva poderosos motivos de compromiso. Todo esto no es una letanía de calamidades ficticias, sino que son males reales que experimento en la universidad de forma cotidiana. 

Consciente de estos peligros, el autor sostiene que hay que pensar muy bien qué medir, qué consecuencias extraer de y asociar a los resultados y qué es mejor no intentar reducir a un número.

El libro nace de la preocupación del autor porque la “tiranía de las métricas” afecta a la forma en la que hablamos del mundo, pensamos sobre el mundo y actuamos en él. Muller repite una y otra vez que no todo lo que es importante es medible; y que no todo lo que es medible es importante. Lo que sucede es que una vez que la ideología de la cuantificación se extiende, uno tiende a verlo todo en clave numérica, igual que quien tiene un martillo ve clavos doquier. Cuando empiezan a medirse aspectos, éstos comienzan a focalizar nuestra atención, que se distrae de otros aspectos no mensurables pero quizá más relevantes.

 Hasta aquí las ideas de fondo del libro, con las que sintonizo mucho y que dejo aquí anotadas para volver sobre ellas. En adelante, un breve resumen del resto del libro, con algunas ideas sueltas.

El capítulo 2 del libro subraya errores recurrentes cuando nos ponemos a medir. Estos errores pueden resumirse así: (1) Se mide lo que es fácil medir, aunque no sea lo más relevante. Y aquello que se mide oscurece lo que no se puede medir; (2)Se miden cosas simples aunque se buscan resultados complejos. Se miden los inputs y no los outcomes; (3) Al intentar estandarizar la información que se mide, se empobrece; (4) Los datos inevitablemente se tienden a falsear, ya sea excluyendo información que los empeoraría, bajando los estándares o directamente haciendo trampa.

Tras una aproximación histórica a la obsesión por las métricas (capítulo 3), el capítulo 4 explica por qué las métricas se han hecho tan populares, y destaca algunos motivos:

1.      La desconfianza hacia el juicio subjetivo. Los números dan una imagen de objetividad y seriedad que el juicio subjetivo no tiene.

2.      A medida que las empresas se hacen más complejas, los dirigentes no conocen todo lo que pasa, con lo que para gobernar necesitan datos. Muchas empresas fichan contables que quieren demostrar sus buenos “números”, para dar el salto a otras más grandes.

3.      El atractivo de las hojas de cálculo, que dan la ilusión de un análisis profundo.

Se buscan indicadores de rendimiento, y se asocian a los mismos premios y castigos. Esto tiene el riesgo de convertir las recompensas internas asociadas al sentido del trabajo en recompensas externas asociadas a los resultados. En entornos profesionales mecánicos y repetitivos puede ser una buena estrategia, pero donde hay fines más trascendentales o se requiere creatividad y compromiso, estas recompensas pueden ser contraproducentes. Aunque no lo dice el libro, recuerdo el experimento en que se hacían dos grupos de niños que pedían dinero para una causa social. Unos se quedaban un 50% de lo recaudado y otros no. Curiosamente, recaudaron más dinero quienes no tenían el incentivo externo.

En el capítulo 6 se contienen algunas críticas filosóficas a la tiranía de las métricas.

Cientificismo. Los datos pueden distraer de las finalidades de una organización; ciega para la búsqueda de nuevas metas y propósitos que no están en las hojas de Excel. Además, inhibe la creatividad, ya que lo nuevo no suele ser medido. Por otro lado, medir con precisión requiere tiempo y gasto. Frena la frescura y la ingenuidad.

En la tercera parte del libro, el autor aborda distintos ámbitos en los que las métricas no han cumplido en absoluto las expectativas. De cada ámbito rescato algunas citas sueltas.

Universidades. Tras hablar del objetivo de aumentar el número de graduados y sus notas, se aborda el tema de la productividad académica. Dice que cuando se juzga a los profesores por el número de publicaciones se fomenta que publiquen más, no mejor. Se premia la velocidad y el volumen por encima de la calidad. Se produce un río de publicaciones que son poco interesantes y que nadie lee. Frente a eso, piensa que sería mejor volver a evaluar por el juicio de los pares, que leen el artículo (y no ven en qué revista o cuartil se ha publicado). También critica los rankings, que obsesionan y uniformizan las universidades para no quedarse atrás.

Colegios. El peligro de las mediciones en colegios es que se tiende a reducir el aprendizaje a prepararse para los exámenes, que a fin de cuentas es lo que cuenta (selectividad, ranking del colegio). 

Medicina. Dice que las mediciones reducen la motivación interna: el orgullo y el placer del trabajo (pride and joy of the work).

Negocios. Solo se termina haciendo aquello que es medido (por lo que su omisión puede ser penalizada). Esto empobrece mucho el trabajo en la organización. 

Cooperación al desarrollo. La obsesión por los números y los resultados premia el cortoplacismo. Habla de "trastorno obsesivo contable" (obsessive measurement disorder), que piensa que contando todo las políticas públicas mejorarán. Sobre las personas que miden: "these professional measurers are the vestal virgins of the sacred fire of metrics. They are also proselytizers, converting their senior managemente to the cult, which demands a subsstancial sacrifice of time and enery in the form of statistical reports". 

En el capítulo 14 el autor hace un excursus interesante, relativo a la transparencia entendida como panacea para fomentar la productividad. Señala que en algunos ámbitos (diplomacia, política, inteligencia y matrimonio) a veces es conveniente una cierta dosis de opacidad e incluso de hipocresía para que las cosas funcionen bien. Vamos, que si uno tiene que publicar todo lo que piensa y todo lo que hace, las cosas tienden a empeorar y no a mejorar. Hace años leí la misma idea al hilo de la crisis de los misiles de Cuba, en el libro 13 días. El autor (creo que era un Kennedy, no recuerdo), que jugó un papel clave en esos días tan trascendentales, señala que si las reuniones del equipo de gobierno estadounidenses se hubieran hecho públicas, con la información que se manejaba, hubiera habido guerra mundial.

20 de abril de 2025

En los oficios


 La jeta no conoce edad

Es todo un clásico. Señora de unos sesenta que llega un minuto antes de que empiecen los oficios y se pasea lentamente pasillo adelante, esperando que algún incauto le ceda el asiento en atención a sus canas. No hay que ceder al chantaje. Esa señora ya era sexagenaria esa mañana, y esa tarde cuando decidió libremente echarse una siesta y llegar justita a Misa. Y tú has salido de casa con tiempo para estar sentado, prácticamente con el filete en la boca del estómago. Mira al frente. Ignora su mirada de reojo acusadora. O cierra los ojos en señal de recogimiento, y haz oídos sordos a sus resoplidos. Si hace falta, cúbrete el rostro con las manos, reflexiona. Pero no hagas amago de ceder tu asiento, porque te lo quitará. Este año y el que viene. A ti o a otro. Sé fuerte. Hay que educar toda la vida. Hay que pechar con las propias decisiones. Si te queda alguna duda, mira a la anciana de la muleta que está sentada a tu vera. Ella no ha echado siesta. Se ha arreglado después de comer y ha esperado en la puerta a que abrieran el templo. Porque sabe lo que hay. Porque es dura, es honesta. Es una buena cristiana y no va por ahí echando en cara a la gente su buena salud. Por esa anciana lo que haga falta, te quitas el pan. Pero la otra, la jeta, que se vaya para el fondo. Si la Misa de pie se le hace larga a lo mejor purga sus muchos pecados, o tiene tiempo para reflexionar. Y tú no quieres, no puedes y no debes privarle de ese don. Que la paz sea con ella.

Echar un billete

El otro día eché en la colecta un billete de 10 euros. No llevaba suelto, y como eran los oficios pensé que hombre, de algún modo había que colaborar. Pues bien, el resultado fue insospechado. Fue desprenderme del billete y sentirme embargado por una difusa sensación de poderío y superioridad, que el tintineo de los donativos de otros fieles -moneduchas- no hacía sino aumentar. Te recomiendo vivamente la experiencia, al menos cada cierto tiempo. He reflexionado mucho, y creo poder afirmar que el efecto debe acrecentarse con billetes de 20 euros. No tengo claro, sin embargo, que el asunto sea escalable a otras cifras, la verdad. Todo tiene un límite, una medida.

Lo que sí parece evidente es que con billetes de 5 euros no funciona, porque es un donativo cutre. No me preguntes por qué, son sensaciones, pero casi te diría que a los efectos que nos ocupan es mejor echar una moneda de dos euros que un billete de cinco. El corazón tiene razones que la razón no entiende.

 

PD. Esta entrada se la regalo a P., con quien esta semana santa he tenido el gusto de estar.

13 de abril de 2025

Mi mejor abrazo

Admito que padezco un ligero prejuicio antiandaluz. Sin llegar a los extremos de mi hermano, eso sí, que proclama que prefiere hacer un viaje en autobús al lado de un obrero sudoroso que de un andaluz simpático.

Pero lo cortés no quita lo valiente, y también hay que reconocer que hay algunos andaluces con una clase y una elegancia superior. 

Hace unos meses coincidí en un congreso con E., catedrático de renombre en la disciplina. Me presenté y le hablé de un libro que estaba terminando, que pude enviarle unas semanas después.

Pues bien, a vuelta de correo recibo en la Facultad una copia de uno de sus manuales -monumental, por cierto- con un tarjetón de su Universidad de cartulina verjurada, en el que con trazos gruesos, de pluma estilográfica, me agradece el envío, aplaude mi investigación y se despide con un sin par: "Mi mejor abrazo, E.".

"Mi mejor abrazo, E."

Qué maestro. No voy a copiarlo, claro está. Me quedaría grande: no tengo su clase ni su estatura (el tío mide 1.90). Y tampoco tengo el genio que da -preciso es admitirlo- ser andaluz.

8 de abril de 2025

Mauricio o las elecciones primarias. Eduardo Mendoza

 

Seleccionar esta novela para hacer un libro-fórum con alumnos ha sido un error, básicamente porque no hay trama. Además, está ambientada en la Barcelona preolímpica. Tiene ramalazos muy noventeros, que quienes tenemos más de cuarenta años encajamos con naturalidad, pero que quizá resulten poco comprensibles para personas más jóvenes.

A lo largo de sus casi cuatrocientas páginas, Mendoza nos introduce en la vida de Mauricio, un joven dentista con una personalidad bastante plana, y nos cuenta sus interacciones con su círculo social más estrecho: una medio novia, una medio amante, su familia, algún colega… En los primeros compases de la novela, también nos cuenta algunos escarceos del protagonista con la política catalana. De la galería de personajes secundarios, destacan Clotilde, una jurista recién licenciada que da sus primeros pasos profesionales; y la Porritos, una mujer sencilla, de vida azarosa y gran corazón.

Escrito por cualquier otro, el libro resultaría infumable, ya que no hay historia y los personajes resultan bastante mediocres. Mendoza, sin embargo, consigue hacer el libro interesante y ameno por tres razones.

La primera es su prosa, que es plástica, precisa y fluida (no como esta última frase, jeje). Es un verdadero gusto leerle. Da la impresión de que como quien respira: sin esfuerzo, con naturalidad.

La segunda es la penetración psicológica en los personajes, que es fabulosa. Con unas pocas pinceladas –un sentimiento aquí, una reacción allá- dibuja caracteres y tipos humanos enormemente verosímiles, a pesar de que a menudo se trata de figuras, como ya he dicho, mediocres, y también algo estereotipadas. Leyendo a Mendoza y acompañando a sus nada glamourosos personajes –a quien su vida "les vive"- uno tiene la impresión de que aquello que lee puede pasar en su familia, en su centro de trabajo o en su comunidad de vecinos. Y de que le pasa también a uno mismo. La historia nos presenta sus ilusiones, frustraciones, inseguridades y contradicciones de manera lúcida y despegada, ya que Mendoza se abstiene de sermones y moralinas. Bajo esa frialdad, no obstante, se percibe un punto de ternura, una cierta complicidad (o comprensión) con la cutrez humana.

Finalmente, también me ha gustado la galería de arquetipos humanos que dibuja, con tres o cuatro trazos: el abogado chapado a la antigua, alérgico a la informática y displicente con las mujeres; el político de izquierdas pragmático, que ha sustituido sus utopías de juventud por un pragmatismo cívico y un BMW; o el cura obrero, último superviviente más ridículo que heroico de una época periclitada.

Una última cosa que me ha gustado es que Mendoza prescinde del tono histriónico de otros libros suyos, que los hace kafkianos y, para mi gusto, agotadores (como El laberinto de las aceitunas o La aventura del tocador de señoras).

En fin: novela que no pasará a la historia, pero en que se percibe una pluma magistral, una fina ironía y una gran capacidad de observación. Entre tanto best-seller y tanta narración artificiosa con pretensiones literarias no está mal.

Rescato algunas citas que ilustran lo que he contado.

p. 177. A Mauricio no le importaba ser convencional, pero temía ser un tipo mediocre. A su edad no había destacado en ningún terreno ni se había enriquecido y se consideraba un hombre aburrido, sin originalidad, sin iniciativa y sin capacidad de transgresión.

p. 238. Las conversaciones languidecían, las reuniones eran aburridas. A nadie le resultaban interesantes las ideas de los demás, ni siquiera las propias. 

p. 245. Le dice a su hermana: Yo soy yo y estoy hablando de mi madre y de la tuya. Si se queda a pasar las fiestas con papá, verás la que se arma. Y entonces, con razón o sin ella, quiero verte aquí, formando. Citar a Simone de Beauvoir y luego escaquearse no me vale, ¿estamos?

p. 273. La novia de Mauricio está muy animada en la conversación con un tercero. Mauricio la veía más animada de lo habitual. Tal vez era la novedad, o tal vez no. Soy un cenizo, pensaba. Mi abulia y mi empeño por ser ecuánime me han convertido en un individuo sin relieve. Tengo sangre de horchata. En cambio este locatis, con sus ideas baratas y su política de tertulia radiofónica, donde se mezcla la historia de Gedeón con los acuerdos de Camp David, infunde ganas de vivir incluso al que piensa de un modo radicalmente opuesto al suyo. Los matices lo echan todo a perder.

p. 338. Había algo turbio en su persona, seguramente por haber llevado una vida delictiva y haber estado en prisión. A veces, sin razón aparente, su mirada era torva, su actitud esquiva y su risa tenía una arista cruel.

9 de febrero de 2025

La herencia de Eszter. Lajos

 Hace unas semanas me leí La herencia de Eszter, de Sándor Márai. Me gustó mucho. Me dio la impresión de que La boda de Ángela, de Jiménez Lozano, es una especie de respuesta o secuela de esta historia. Me suena que a Jiménez Lozano le gustaba Márai, pero no he encontrado en Internet ninguna noticia que vincule ambas historias.

Aquí dejo una semblanza de un personaje y sus efectos en la vida de una familia que me pareció deliciosa.

Con Lajos, el nuevo amigo, llegó a nuestra casa una agitación novelesca. Él contemplaba nuestras diversiones rurales y nuestra menara de vivir con benevolencia, pero con un ligero desprecio condescendiente. Nosotros sentíamos su superioridad e intentábamos vencer, asustados, nuestros fallos. De repente, empezamos a leer, especialmente a los autores que Lajos nos recomendaba, a leerlos con una aplicación y una humildad desmedidas, como si nos estuviésemos preparando para un examen decisivo de la vida. Más tarde nos enteramos de que Lajos nunca había leído las obras de aquellos autores y pensadores, o que sólo las había hojeado de una forma superficial. Sin embargo, llamaba nuestra atención sobre esos libros y sobre sus ideas con muchísimo énfasis, con benevolencia y severidad, reprendiéndonos por tales desconocimientos. Sus hechizos funcionaban con rapidez, como los embrujos malvados de las ferias. Nuestra pobre madre fue la primera en dejarse atrapar por completo. Leímos sin parar, bajo los efectos de Lajos y en su honor, y nos vestimos de una manera totalmente diferente de la de antes; desarrollamos una vida social, también distinta de la anterior, y hasta cambiamos los muebles de la casa.

29 de agosto de 2024

Marías y Lewis

 Mi querido Orugario:

Me encanta saber que la edad y profesión de tu cliente hacen posible, pero en modo alguno seguro, que sea llamado al servicio militar. Nos conviene que esté en la máxima incertidumbre, para que su mente se llene de visiones contradictorias del futuro, cada una de las cuales suscita esperanza o temor. No hay nada como el suspense y la ansiedad para parapetar el alma de un humano contra el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo que hacen; nuestro trabajo consiste en tenerles pensando qué les pasará.

Arranque de la carta 6. 

Marías ya decía algo similar: no debemos preguntarnos qué va a pasar, sino qué vamos a hacer.

Para tenerlo en cuenta si escribo otra historia - del comentario de Antígona de Pedro Talavera

 Aristóteles subraya tres elementos constitutivos de una tragedia:

- La peripecia: acción que se vuelve en sentido contrario;

- la anagnórisis o reconocimiento: el hecho de pasar de la ignorancia al saber;

- y el acontecimiento patético: acción que provoca destrucción o dolor (una agonía, una herida, un duelo).

Además, hay un debate, una lucha, un agon, entre dos personajes principales, moderado por un coro que es, generalmente, una voz colectiva.

Estas ideas las saco de un ensayo de Pedro Talavera sobre Antígona  (contenido en su libro Derecho y literatura). Aquí dejo otras notas que me han resultado de interés:

El héroe trágico asume sobre sí el peso de lo fatal e ineludible. Hay en él una serena sabiduría que le conduce a los actos por los cuales habrá de sucumbir.

El héroe trágico es siempre culpable: Edipo y Antígona han violado efectivamente una ley. En cambio, el héroe judío (Abel) o el héroe cristiano (Jesús) son esencialmente inocentes.

En Antígona observamos muchas oposiciones antropológicas fundamentales: joven-viejo; mujer-hombre; individuo-sociedad; muertos-vivos; dioses-hombres. También jurídicas: deber-conciencia; derecho vigente-derecho ideal.

Cuando la fuerza trata de imponer certidumbres dogmáticas inamovibles, la opresión hace surgir nuevas Antígonas que no tardan en remitirse a una justicia más alta.

Antígona: encierra dentro de sí una grandeza que le permite actuar, en lugar de quedarse paralizada y lamentándose como su hermana Ismene.

25 de agosto de 2024

Tres libros que he leído este verano

Aquí dejo un comentario de tres clásicos que he leído este verano. Aprovecho para avisar de que últimamente utilizo el blog como cajón de sastre, para ir publicando cosas que escribo y no tengo dónde guardar. Espero que esta costumbre no desnaturalice mucho 10argumentos. Vorem.

 Este verano he leído tres clásicos: Grandes esperanzas (Dickens, 1860-1861), Padres e hijos (Turgueniev, 1862); y Almas muertas (Gógol, 1842). Poquito a poco vamos completando el canon. Respectivamente, les pongo un 8, un 9 y un 6,5.

Aquí dejo algunas impresiones sobre cada uno.


Grandes esperanzas cuenta la infancia y primera juventud de Pip, un niño de un contexto rural y pobre que recibe una misteriosa donación en su favor de un benefactor anónimo que le hará rico cuando alcance la mayoría de edad. Las expectativas o esperanzas asociadas a esa donación le hacen irse a vivir a Londres y cambiar su estilo de vida humilde –está destinado a ser herrero, como su cuñado- por otro algo esnob en la capital inglesa.

A lo largo de las páginas aparecen personajes muy bien caracterizados, entre los que destaco los siguientes.

-        Joe: cuñado de Pip, casado con su hermana mayor. Es un hombre sencillo y bastante simplón, pero que quiere profundamente a Pip.

-        Miss Havisham. Extraña señora que fue abandonada al pie del altar el día de su boda y que ha renunciado seguir viviendo, convirtiendo su casa en una especie de tumba congelada el día en que debió ser desposada.

-        Mr. Jaggers: abogado londinense frío y distante que inspira un temor reverencial a todo el que se acerca a él. Se encarga de los asuntos legales de Pip.

-        Biddy. Amiga de la infancia de Pip, con quien quizá Pip podría haberse casado y llegado a ser feliz de no tener tan grandes esperanzas.

La novela tiene un tempo tranquilo y lento, como todas las de Dickens, y no le falta un punto de humor irónico e inteligente. Muchos de los personajes son estupendos. Entre los temas que se abordan, destaca el de cómo las expectativas sobre lo que significa ser un caballero respetable influye en las personas, principalmente en Pip, quien, a pesar de ser el narrador, a menudo queda como un lechuguino o un pueblerino pretencioso. Quizá los tres personajes más entrañables de la novela –Joe, Biddy y Wemmick, un trabajador del despacho de Mr. Jaggers- son precisamente aquellos que no tienen especiales expectativas, en el sentido de que se conforman con lo que tienen y no viven pendientes de la opinión de los demás ni de las apariencias.


 En cuanto a Padres e Hijos, la novela me ha gustado mucho. Es una historia curiosa, sin un protagonista claro. La narración se articula en torno a tres grupos de personas y a tres lugares.

El primer grupo de personas son Arkadi y Bazarov, jóvenes veinteañeros con estudios universitarios que comparten una visión revolucionaria de la vida. Bazarov, que se declara nihilista a las primeras de cambio, es algo mayor que Arkadi y ejerce una gran influencia sobre él. Con un cierto adanismo, ambos desprecian las tradiciones, denuestan las convenciones sociales vigentes y tratan con una cierta displicencia a sus mayores.

El segundo grupo lo ocupan el padre y el tío de Arkadi y los padres de Bazarov. Se trata de personas de una generación anterior, que –aunque abiertas a los cambios políticos y sociales- observan con un punto de preocupación la deriva ideológica y el despego afectivo que detectan en sus hijos o sobrino.

El tercer grupo lo conforman dos hermanas: la hermosa Ana Odinstova, viuda cercana a los treinta, y su hermana pequeña, Katia. Tanto Arkadi como Bazárov quedarán pronto rendidos ante los encantos de Ana Odinstova, si bien esta se siente inclinada hacia Bazarov.

En cuanto a los lugares, la acción discurre entre la casa del padre de Arkadi, la de los padres de Bazarov, y la de Ana Odinstova.

El libro avanza mediante distintos encuentros y conversaciones, en los que se hacen patentes diferentes conflictos, fundamentalmente generacionales, ideológicos y afectivos. Turguénev describe de forma magistral los estados de ánimo, los sentimientos y la evolución interna de los protagonistas, sin tomar partido por ninguno de ellos ni abordarlos de forma moralista o maniquea. En muy pocas páginas –apenas 200- se presentan de modo profundo y muy matizado una amplísima gama de situaciones, paradojas y relaciones que a otros autores –especialmente rusos- les llevan tomacos de 700. Todo en el desarrollo de la trama es elegante y moderado, lejos de los arrebatos pasionales que caracterizan otras novelas rusas, particularmente las de Dostoievski.

A esperas de una relectura –que tengo pendiente para preparar un libro fórum-, y más allá de la genial descripción de los sentimientos de los personajes, me ha gustado especialmente el contraste entre las ideas y las experiencias de Bazárov, quien por lo visto es el primer nihilista retratado en una novela rusa, y pudo inspirar el personaje de Iván Karamazov. Conforme a su cosmovisión, todo en la vida tiene para Bazárov una explicación científica; resulta imprescindible impugnar y atacar cualquier sistema de valores establecido; y toda forma de amor es un puro sentimentalismo romántico despreciable. Sin embargo, tras el encuentro con Ana Odinstova, sus planteamientos racionalistas y nihilistas se tambalean. Aunque, como he dicho, Turguénev no hace juicios morales, resulta elocuente que Bazárov encuentre una cierta paz al final del libro ayudando a su padre médico a atender mujicks enfermos –en lo que supone un acercamiento a la realidad-, y (spoiler) fallezca joven tras contagiarse de una enfermedad mortal mientras realiza una autopsia, lo que bien puede ser una metáfora de los nefastos efectos que el nihilismo –una doctrina mortal- puede producir en un joven inteligente y prometedor. De esta enfermedad escapa Arkadi gracias al amor de Katia, que le rescata de los cantos de sirena de las doctrinas de Bazárov.

En resumen, un libro breve, profundo y ameno. Muy recomendable.

 

Vamos con Almas muertas. Publicada en 1842, se dice que es la primera novela moderna rusa. El propio autor la define como un poema épico en tres partes, y la asemeja con la Divina comedia, con su infierno, su purgatorio y su cielo. La versión publicada de Almas muertas se corresponde con la primera parte y algunos fragmentos de la segunda, cuyo manuscrito original el autor echó al fuego diez días antes de morir. La obra también ha sido comparada con El Quijote, ya que relata las andanzas de Chichikov y sus dos siervos por diferentes provincias de Rusia y sus encuentros con una galería muy particular de personajes. Sin ser crítico literario ni saber ruso, creo que ambas comparaciones son bastante generosas con el libro de Gógol, que por otro lado está a medio cocinar.

La trama de Almas muertas es sencilla. Chichikov, un funcionario retirado de mediana edad, escasos recursos y presencia estudiadamente distinguida, recorre diferentes provincias de Rusia con una peculiar intención: comprar campesinos muertos (almas muertas), cuyo deceso todavía no consta en los registros oficiales. Si bien parece que la intención de tan extraño negocio es obtener del gobierno la cesión de tierras para ser cultivadas por esos supuestos siervos, en ningún momento queda claro para qué quiere Chichikov esas almas exactamente. A lo largo del libro, Chichikov formula su propuesta a diferentes personajes, cuyas reacciones resultan muy variadas, en función de su carácter.

El nervio de libro no es otro que dichos encuentros y su contexto: el paisaje, la situación de cada aldea o hacienda que Chichikov visita, las isbas de los siervos, la casa de cada terrateniente, el recibimiento que hace de Chichikov y su reacción ante tan extraña propuesta. El libro combina un tono descriptivo y realista con algún pasaje humorístico, cuando no kafkiano. El viaje de Chichikov es empleado por Gogol para describir el paisaje y el alma rusos, a través de los diferentes caracteres que va presentando, la mayoría de ellos muy caricaturizados.

La historia no me ha enganchado demasiado y, para terminarla, he tenido que remar. Supongo que en parte es porque se trata de una obra inacabada, en la que de antemano se sabe que no hay cierre ni final. En cualquier caso, el libro tiene pasajes interesantes, que revelan un gran conocimiento del alma humana, con sus grandezas y miserias, y otros realmente divertidos. En particular, destaco el Capítulo IX (de la primera parte), que da cuenta de cómo el prestigio de Chichikov en una determinada ciudad se esfuma en pocas horas tras la propagación de bulos y medias verdades realmente hilarantes. También me ha resultado sugerente una idea que se repite mucho en relación con las burocracias y los funcionarios: para tomar decisiones adecuadas hay que estar cerca de los problemas y conocer de primera mano las situaciones, y no decidir a miles de kilómetros escribiendo expedientes de papel que nada tienen que ver con la realidad.

Toda la obra destila un gran amor a lo ruso –particularmente, al idioma- y un cierto propósito moralizante, a pesar de las dudosas trazas éticas del protagonista, que es un comercial encantador pero con pocos escrúpulos, como evidencia el propio objeto de su negocio.

En conclusión, sensación parecida a la que me quedó tras leer Moby Dick. Aunque no he terminado de captarlos, he disfrutado de algunos pasajes, he cogido el aire del libro y ya puedo decir que los he leído. Bien está.

8 de junio de 2024

De manías y carriles



Poco a poco -será la edad- mi vida transcurre por raíles relativamente fijos. Supongo que es lo que empieza a pasarle a la gente de mi edad. Los padres se libran un poco porque su casa y su agenda son invadidas por anarquistas bajitos expertos en dinamitar costumbres y sabotear raíles. Pero no es mi caso, por lo que los carriles fijos van ganando espacio en mi rutina. Cosa que me asusta, la verdad. Pero que tampoco está en mi mano evitar sin empezar a hacer cosas raras.

Uno de esos raíles es la perfecta ubicación de mis zapatillas de andar por casa cuando me acuesto. Las coloco de tal modo que cuando me levanto mediodormido para ir al baño mis pies aterrizan en ellas a la perfección. Pues bien, cuando hoy a las tres a.m. me encaminaba al baño he dado una patada a la pata de la cama. Gracias a que iba calzado, he sufrido un dolor muy moderado. De vuelta en la cama me he imaginado con veinte años menos chutando la pata de la cama descalzo, y saltando a la pata coja con la punta del pie cobijada detrás de la rodilla maldiciendo en hebreo.

Me he dormido burlándome un poco de mi yo de 20 años, que vale que jugaba al fútbol y tenía un carácter más flexible y no tenía manías de viejo en plan Mejor imposible ni se levantaba a mear por las noches, pero que daba puntapiés a patas de cama metálicas sin tomar las precauciones más elementales, el muy tonto.


PD. Por cierto, escribiendo esta entrada he recordado este cuento, que leí hará 25 años.

El Derecho y el revés

 

El derecho y el revés, Ariel, Barcelona, 2004 (3ª).

Correspondencia entre Alejandro Nieto y Tomás Ramón Fernández


 Es interesante ver las dos personalidades en diálogo. Nieto parece un genio atormentado, caústico. Fernández, un hombre leído y conciliador.

El libro habla un poco de la esencia del Derecho, de cómo lo aplican los operadores jurídicos -sobre todo, los jueces-, y de las razones por las que existen sentencias contradictorias. Más allá del contenido, la lectura es muy agradable por la maravillosa pluma de los dos autores, particularmente la de Nieto, llena de metáforas muy sugerentes.

Copio a continuación algunas citas o ideas que me han gustado especialmente (cuando no se indica el autor, son de Nieto). A ver si las revisito de vez en cuando.

(Esto es una idea de fondo, no una cita): Dos concepciones de la ley: como norma solucionadora de conflictos, bastante unívoca. O como conjunto de criterios, orientaciones y directrices para que el juez responda bajo su propia responsabilidad. En esta segunda posición se sitúa Nieto. Esta teoría es la que justifica para él que para un mismo litigio existan diferentes soluciones justas, lo que no representa un problema. Hay muchas soluciones posibles y algunas incorrectas.

Nieto. P. 62. Mira que la ley es un becerro de oro que brilla demasiado y es más cómodo danzar en su torno, repitiendo las músicas de siempre, que aventurarse por las zarzas del desierto buscando al dios verdadero, al Derecho que está por encima de la ley.

p. 67. Las grandes organizaciones -como los pastores- han de mimar a los consumidores y usuarios porque cabalmente viven de ellos. Las ovejas bien cuidadas están lustrosas y con buenas carnes y, aunque saben que así se las trata no por amor a ellas sino por el beneficio de la báscula del mercado, pueden disfrutar de la vida hasta que les llega su hora.

p. 70. Hablando de la mala técnica legislativa. (Escrito en 1997). Lo grave es cuando una ley, con independencia de sus intenciones, se expresa en términos confusos, contradictorios, haciendo imposible suaplicación y -sin beneficio de nadie- deja las cosas peor que estaban. Corren tiempos de legisladores ignorantes e insensatos que ponen a los profesores y jueces en aprietos muy delicados, ya que resultan de inteligencia y aplicación imposibles.

p. 88. Tal y como cuentas -y la anécdota es de peso- la estabilidad de la ley nos protege de los caprichos de un director general; pero, en contrapartida, conserva ocurrencias del legislador en mala hora tenidas (…). Con la consecuencia de que la Administración y los particulares hemos de pagar durante años y décadas los errores de una noche legislativa.

Tomás Ramón, p. 109. Que no se cumplan todas las normas no es tan malo. Corrige una cierta legislomanía.

Si lo que quieres decir en tu última carta es que la ley no rige al cien por cien, la vida colectiva, esto es, la conducta de los ciudadanos, el trabajo de los funcionarios y la propia actividad de los jueces puedes decirlo sin más porque es cierto, pero no te apresures por ello, sacar conclusiones demasiado rotundas. Yo te diría, incluso, que no es malo, sino todo lo contrario. Recuerda aquella aguda frase con la que Agustín de Foxá acertó a definir el franquismo: una dictadura moderada por el incumplimiento. Y es que el incumplimiento parcial de la ley o, si quieres, la ineficacia parcial de esta, es la vía por la que retorna una parte de la libertad que inicialmente nos arrebata, que es, justamente, de lo que tú te quejas tan amarga tan amargamente. (…) Esa legislomanía (…) encuentra un paliativa, un mecanismo corrector, en el escepticismo del consumidor, es decir, del ciudadano que, lógicamente, se apunta a lo que en cada caso le conviene, afortunadamente para todos.

117. Las relaciones entre el juez y la ley: esa cumbre de la cordillera del pensamiento jurídico que todo jurista de raza se siente impulsado alguna vez a escalar, aunque por sus laderas y ventisqueros todos terminen despeñados.

126. La Ley es una oferta, una directriz que recibe el juez (todos los operadores jurídicos) para -con ella y desde ella- ponerse a trabajar, a “hacer Derecho”.

131. Hay cosas no demostrables: no susceptibles de demostración sino de argumentación plausible.

131. La opinión dominante no nos vincula, pero nos obliga a ser muy cautelosos porque despreciarla es de soberbios.

150. Como de los apaleados salen los escarmentados, veo contrabandistas por todas partes y tiendo a leer pretexto donde pone justificación. La atractiva manzana de la técnica, cualquiera que sea la variedad de esta, lleva escondido el gusano ideológico que la hace inevitablemente sospechosa.

152. La pregonada conciencia de los juristas, la conciencia de los profesores se vente a tanto la línea. (…) ¿Puedes citarme una ley, una sola ley, que no haya sido respaldada y defendida por algún catedrático? ¿Puedes citarme una causa vil que no haya sido sostenida por un puñado de juristas importantes?

161. Ley: materia prima para el juez. P. 161. Las leyes están en el Boletín Oficial del Estado, como los alimentos en un supermercado (sic veniat verba). El juez va recorriendo los estantes y escoge los productos enlatados y empaquetados, que con su abstracción pueden valer para muchas cosas. Luego, en la cocina de su casa, se prepara el plato concreto y de las múltiples posibilidades que ofrece el arroz, termina obteniendo una paella o un arroz negro o un arroz a la cubana. Eso es lo que se come -lo ya aderezado- y no los duros granos del paquete. Vistas así las cosas, ni que decir tiene que las colecciones de jurisprudencia sirven como libros recetarios para uso de jueces de poca imaginación o demasiado cómodos e insensibles para crear sus propias fórmulas.

TRF. 176. Con las palabras nos estado encadenar argumentos y construir razones para justificar nuestra conducta o demostrar la falta de justificación de la de nuestro eventual adversario ante una instancia imparcial cuya decisión hemos convenido de antemano aceptar. De eso y no de otra cosa trata el Derecho (…).

190. Las diferencias entre demostración y argumentación son bien sabidas. La demostración se refiere a hechos empíricamente verificables o a reglas objetivas (…). En estos casos, cualquier discusión es ociosa porque no se trata de opiniones personales. No se discute si está lloviendo o no, basta sacar la mano por la ventana (…).

La argumentación, en cambio, que nada puede demostrar, pretende convencer, intenta ganarse al auditorio con habilidades retóricas. La demostración se logra o no se logra; no hay términos medios: o se ha demostrado la existencia del hecho o no se ha demostrado. En la argumentación, por el contrario, puede hablarse de plausibilidad y de fuerza convincente. (…) 191. El objetivo declarado de la argumentación es convencer al destinatario y convencer es lograr la aceptación o adhesión a lo que se está diciendo.

192. La fuerza persuasoria de la argumentación depende de (1) la solidez de las razones esgrimidas, (2) de la habilidad del exponente y (3) de la receptividad del auditorio.

TRF. 204. El gran enemigo de la formación, ahora agigantado hasta hacerse monstruoso, es la obsesión por la información, el exceso de información, y de sus inevitables secuelas, el afán de novedades, el prurito de la erudición, el deseo de mostrar a los demás que se está à la page, la banalidad y la fugacidad de las modas.4

208. Es curioso que la sociedad moderna que ha quitado de los altares cosas tan sagradas como la Religión, la Patria o la Familia, siga poniendo velas al Derecho.

211. Si un torero no domina su arte, le pilla el toro, y a un ingeniero que desconoce su técnica, se le hunde el puente. Mientras que las sentencias y las escrituras valen igual, estén bien o mal hechas. La calidad de los abogados se mide por contraste con la de sus adversarios; de tal manera que pueden vivir equiparados en la calidad más ínfima: hagan lo que hagan, uno de ellos ha de ganar el pleito y el cliente lo achacará a sus habilidades.

214. Nada hay tan insípido como un libro que no logra remontarse de la ley que está comentando.

216. El ocio cultural devuelve el ciento por uno.

220. Si un día desapareciesen de las librerías todos los libros que se autotitulan prácticos o apareciese el cura de Don Quijote para mandar a la hoguera a todos en los que se cita pedantemente y sin venir a cuento a más de tres autores por página, probablemente recuperaría el apetito por lecturas nuevas.

225. TRF. No pueden pedírsele peras al olmo, pero sí sombra.

225. TRF. Esencia del Derecho. La vida sigue y para vivirla en paz se necesitan reglas de algún tipo, se necesitan procedimientos para resolver los eventuales conflictos que la convivencia hace inevitables y hacen falta árbitros neutrales que puedan, al menos, moderar el debate, valorar las razones de unos y otros y proponer una posible solución. Ya hemos descubierto el Derecho.

242. Porque –frente a lo que creían ingenuamente los hombres de la Ilustración- nada hay más injusto que lo general y uniforme. Por eso se dice que los jueces son los protectores de los ciudadanos: no tanto a la hora de ampararlos con el manto de la ley como a la hora de impedir que la ley se les aplique en sus términos literales. Porque el juez puede reducir el rigor de la dura lex y cortar, utilizando el paño genérico de la ley, un traje personal e individualizado para cada caso.

247. Yo no pretendo ser un Sansón que derriba las columnas para morir matando filisteos.

248. AN se dirige a TRF. Lo que pasa es que estamos representando papeles diferentes del mismo drama y, sin uno, no se entendería el otro. Tú has asumido deliberadamente el del constructor, el de quien no mira atrás y, aceptando las cosas como son, entiende que siempre hay sitio para edificar algo nuevo y hermoso. Yo he asumido, también deliberadamente, un papel menos atractivo: el de destructor, el de quien mira atrás y alrededor y, no aceptando las cosas como son, pretende derribarlas para hacer sitio a lo nuevo, a lo hermoso y a lo justo. Para poder avanzar no basta tener buenos pies, pues antes hay que abrir camino, podar las zarzas, apartar las piedras caídas y levantar los troncos atravesados. A cuyo efecto son imprescindibles el hacha, el pico y en ocasiones hasta la dinamita.

TRF. 255. Yo tomo el sistema tal cual es porque sé muy bien que no va a derrumbarse por mucho que yo empuje. No soy Josué, ni tengo sus trompetas.