22 de octubre de 2022

No es nada personal

 

Desde hace años me acompaña un señalador de "Abuelete sentado", de Cezzane, que me recuerda una visita al Thyssen con mi padre, y también que soy una persona culta y de sensibilidad.

Hace unos meses, después de una visita muy agradable a la Galería Doria Panphili con G., me compré uno muy parecido de Inocencio X, con idea de alternarlo con el de Cezzane. Pues bien, no he tardado mucho en dejar de usarlo: asomado entre las páginas del libro Inocencio me escruta, me sondea, me cuestiona... y así no hay quien haga nada.

Prefiero al viejo distraído, la verdad. Está más relajado, te deja más espacio y puedes concentrarte en la lectura. Espero que Inocencio no se lo tome a mal.

17 de octubre de 2022

Pensativos. Zena Hitz


 Pensativos. Zena Hitz. (Lost in thought. Princeton University Press. 2020).

Últimamente, cuando leo ensayos, tiendo a aburrirme. Antes también. Con el último que he leído, Pensativos (Zena Hitz) he tenido la impresión de me podrían haber contado lo mismo en cuarenta páginas, o en una entrevista de 45 minutos en YouTube. Me hubiera ahorrado tiempo y me habría salido gratis. Igual por eso han preferido sacar el libro, claro.

En cualquier caso, supongo que el hecho de dedicar cinco o seis horas a leer el libro tiene sus ventajas, ya que al menos estás callado y en silencio reflexionando sobre un asunto. Pero eso no quita que la molla del libro pudiera haberse resumido en algo más breve.

Lo mejor del ensayo, en mi opinión, es el prólogo, en el que la autora resume su trayectoria personal en relación con el aprendizaje. La trayectoria puede resumirse así: “aprendí por gusto y con curiosidad desde pequeña; luego aprendí para ganar prestigio, frotarme el mentón con aires de sabionda y escalar en la universidad; finalmente, descubrí que el aprendizaje tiene valor en sí mismo, independientemente de los frotamientos y otras cosas útiles que podamos conseguir con él (éxito, prestigio, dinero)”.

La tesis del libro consiste precisamente en esto: en una apología de la vida intelectual y del amor al aprendizaje más allá de la utilidad práctica que puedan tener.

En este sentido, Hitz afirma: “intellectual work is a form of loving service at least as important as cooking, cleaning, or raising children; as essential as the provision of shelter, safety, or health care; as valuable as the delivery of necessary goods and services; as crucial as the administration of justice”. No me digáis que no es bonito. El problema es que tan bella cita está en la página 23, y todavía quedan 182 hasta el final. Empezar fuerte está bien, hay que enganchar a la peña; pero si luego no hay traca final la gente se va a casa con un regusto a decepción.

En resumen: un ensayo que resume una trayectoria interesante y propone una idea buena, bella y verdadera. Pero que, en mi opinión, se extiende mucho más de lo necesario. Está visto que con algo hay que ocupar el tiempo.

Aquí copio otras citas:

p. 48. HACEN FALTA MODELOS en tiempos de crisis.

Under the circumstances, a brilliant philosophical argument –even if I could make one- would be useless. Likewise, a thorough historical diagnosis (…) might make us wiser, but ir will not restore our lost spark. It is images and models that we need: attractive fantasies to set us in a certain direction and to draw us on, reminders of who we once were and who or what we might be. Only then will the romance return.

P. 83. PENSAR O ESTAR CON GENTE. En la página 83, hablando del filósofo francés Yves Simon, dice: “He saw that his apparently extraordinary set of circumstances was something in fact very ordinary: the tension always and everywhere found between thinking and social life”. Ahí queda eso. La autora presenta muchos ejemplos de personas que desarrollan su visión de la vida o su sentido de misión en momentos de aislamiento y dolor, en los que su vida social está muy reducida (Gramsci, Malcom X, la virgen María y algún otro).

p. 98. PARA TENER VIDA INTELECTUAL HAY QUE ESFORZARSE. Es una putada. I’ve already suggested that asceticism –sacrifice and suffering for the sake of some good- is fundamental to our dignity. We have many desires, impulses and concerns. Not all of them are as good or as wholesome as any other. Moreover, the less good, the selfish, the banal, the superficial, and even the cruel are the easier goals to follow. We drift toward them without trying, by default. To be driven by a desire to understand, to see, to learn, to wonder takes determination and work, or the good fortune of an externally imposed deprivation. VAMOS, QUE SOMOS TONTOS POR DEFECTO.

P. 144. CON AGUSTÍN, CONTRAPONE CURIOSITAS A STUDIOSITAS, y propone como modelo la virtud de la seriedad frente a la superficialidad. But we know by now that the person governed by curiositas is more like one addicted to violent video games, and we might guess that the serious person is one who, like Agustine, restlessly pushes for the better, the truer, the more profound. Y la chavala sigue: I understand the virtue of seriousness to be a desire to seek out what is most important, to get to the bottom of things, to stay focused on what matters. Whereas the lover of spectacle skims over the surfaces of things and is satisfied with mere images and feelings, the serious person looks for depths, reaches for more, longs for reality. To be serious is to ponder one’s dissatisfactions, to discern better from worse, the possible from the impossible. A serious person wants what is best and most true for himself or herself.

25 de septiembre de 2022

Jimmy

 

De vez en cuando como en casa de P. A veces nos acompaña su mujer o algún otro amigo. El otro martes éramos media docena. Un filósofo italiano. Un señor valencianoparlante que tiene una empresa de puertas industriales. Un ex-seminarista. Y Jimmy, un argentino vestido de negro, con ambos brazos tatuados hasta las muñecas -frankenstein y un especie de muñeco diabólico, nada de capillas sixtinas ni letras chinas al uso- y unos orificios en los lóbulos de las orejas por los que cabía un dedo pulgar. Del pie.  

Al preguntarle de qué conocía a P., Jimmy me contó que hacía unos meses, recién llegado a España, le había comprado "la heladera" -la nevera, me aclaró- en Wallapop. Cuando subió con su mujer a verla, P. insistió en que se quedaran a tomar un café y unas pastas. Y desde entonces de vez en cuando quedan, ellos dos o con las familias.

No sé qué hubiera hecho yo con Jimmy y señora si hubieran subido a mi cocina a por la heladera. Bueno, creo que sí que lo sé. Y también sé que me hubiera perdido su divertido humor porteño, su sabia conversación futbolera y un dulce de leche que llevó para el postre que estaba lisa y llanamente cojonudo.

P. tiene olfato, el tío.


20 de septiembre de 2022

La palabra "gretismo" me atrapó

Ayer publiqué este artículo en Las Provincias. Dos comentarios al respecto.

Intenté resistirme a la palabra "gretismo". Este verano la escuché en un podcast muy crítico con la "turra ecologista", y me hizo mucha gracia. Al escribir el artículo pensé que el palabro era gracioso y tenía fuerza para enganchar al lector. Lo que pasa es que, como bien me ha hecho notar P., "gretismo" es una palabra despectiva y yo la utilizo como algo positivo, con lo que la fórmula no termina de funcionar. Algo me olía yo, pero la palabra me atrapó y no fui capaz de quitármela de encima. Así es la vida.

Por otro lado, no termino de adaptarme al género de artículo de prensa, y tengo la sensación de que últimamente solo publico moralina barata. En este artículo, más allá del tono homilético del que no soy capaz de desmarcarme, tampoco me gusta el final. Contiene una intuición buena, es sorprendente y cierra volviendo al principio, recurso que últimamente trabajo bastante y que es efectista. Pero en este... no sé, creo que la pieza no encaja del todo. ¡Qué le vamos a hacer!

En cualquier caso, el detalle con el que arranca el artículo fue sencillamente top, y merecería una entrada más "10argumentos". Quizá la hago.

 


 

Gretismo laboral

“Felicidades. Ya es viernes: has sobrevivido a la primera semana de curso”, decía el folio escrito con rotuladores de colores y adornado con caras sonrientes. Al lado, una gran caja de bombones abierta como una alegre y muda invitación.

Este detalle, que ya sería top en cualquier casa, me pareció casi un milagro en el sitio en que lo vi: el mostrador de la conserjería donde se devuelven los micrófonos después de dar clase; probablemente, uno de los lugares más impersonales de toda la Universidad de Valencia. “Los extraterrestres existen”, pensé mientras cogía un bombón y le daba las gracias a la chica que ese momento recogía y desinfectaba los micros. “¡A por el curso!”, se limitó a responderme con una amplia sonrisa.

Todavía con el regusto del bombón en la boca, y en estos tiempos de preocupación climática, pensaba en la importancia de cuidar el medio ambiente en el centro de trabajo, de desarrollar una suerte de “gretismo laboral”. Igual que el ecosistema, el entorno laboral se cuida de tres formas.

En primer lugar, no contaminando. Contaminamos con los malos humos, los pensamientos grises y el mal genio. Con las críticas y las protestas, con los modales bruscos y las caras largas. Pues bien, hay que aspirar a las Emisiones Cero. Quizá el objetivo sea inalcanzable, pero siempre cabe mejorar y reducir comentarios tóxicos, residuos en forma de queja y emisiones contaminantes de críticas y negatividad.

En segundo lugar, el ambiente se cuida reciclando. Reciclamos, ante todo, perdonando y pidiendo perdón cuando nos equivocamos. Reciclamos si convertimos las protestas en propuestas, y cuando ante la crítica a un compañero ausente salimos en su defensa o cambiamos elegantemente de conversación.

Finalmente, el medio ambiente se cuida con acciones positivas: declarando espacios protegidos, reforestando, planeando parques y jardines… Pues lo mismo en el trabajo, donde podemos crear espacios verdes de amistad y buen rollo, y reforestar la árida rutina con detalles que den algo de sombra y alegría a los demás. Aquí las alternativas son infinitas: celebrar los cumpleaños, poner unas flores en zonas comunes, dejar una nota de agradecimiento a quien nos limpia el despacho… o comprar una caja de bombones para que “los ilustres profesores” se olviden un poco de sus currículums y escalafones y sonrían como niños al tomar un chocolate el primer viernes del curso.

Acabamos de empezar, ya lo sé. Pero tengo para mí que una de las mejores lecciones del curso ya la he recibido, y no precisamente en un aula o un congreso, sino detrás del mostrador de la conserjería de la facultad.

 

13 de septiembre de 2022

No hasta ese punto

 

De camino al trabajo me he cruzado con el típico tándem padre gordo-niño gordo, que iba plácidamente andando hacia el colegio. 

Nada más superarme, he escuchado que el niño preguntaba: "¿Puedo ir corriendo?", y me he vuelto justo para ver cómo daba un beso a su padre, le soltaba la mano y arrancaba a correr hacia el colegio, con la mochila de spiderman pegando botes a su espalda.

Me gusta mi trabajo, lo reconozco. Pero no hasta el punto de echar a correr alborozado cuando veo a lo lejos la facultad. Esta mañana, en honor al gordillo, he trotado ligeramente la última manzana. Ha sido muy gratificante, aunque no sé si repetiré.

Estamos de vuelta


 

11 de septiembre de 2022

Joga bonito

 

La  pleamar de mal gusto me pone melancólico. Como reacción, me he propuesto llevar una vida elegante, bonita. Me gustaría ser de fábrica más creativo, más original y más apuesto. Pero tengo las cartas que me han tocado. Aún así, y sabiendo que mis esfuerzos pasarán desapercibidos al 99.9999% de la Humanidad, aspiro a llevar una vida no solo buena o verdadera, sino sobre todo bonita. Pues bien, dando vueltas a estas ideas hoy me he topado en el office de mi residencia con estos tuppers para las sobras. Y claro, me he emocionado.

Ojalá en cada trabajo, en cada gesto, pueda poner un poco de este buen gusto. Vamos a intentarlo.

***

Hoy he ido a dar un paseo y a ver cantar a unos amigos, que tienen un grupo de música "solidario" y tocan en ferias y eventos de carácter social. Actuaban en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Mis colegas son cuarentones o cincuentones, y cantan temas ochenteros metiendo tripa y con gorras que disimulen un poco su calvicie. Público variado: sus familias, niños, curiosos, paseantes...


En un momento invitan a cantar a voluntarios, y suben al escenario tres adolescentes "que pasaban por allí". Un chaval con una camiseta de la nasa y melena rubia; y sus dos ¿hermanas?, con pantalones apretados, una con un top y otra con lo que toda la vida se ha conocido como un sujetador. Su padre, fibrado, hortera, moreno, les graba con un móvil. Pues bien, de los tres espontáneos llama la atención la del top, una adolescente de melena rubia que canta y baila las canciones -sufre mamón, Venecia, insoportable-  entusiasmada, como un niño el día de reyes. 

En mi manual, esa chica y su ombligo al aire están en la sección de los "equivocados", en "carne de  desorientación feminista y woke". Pero a ella no parecía importarle: estaba allí tan feliz, cantando y botando con sus hermanos totalmente desinhibida, entusiasmada. Y su alegría era realmente contagiosa.

Me pregunto cuándo es la última vez que yo me he sentido y he sido capaz de contagiar algo así. Tendré que revisar mi manual.

18 de agosto de 2022

Media vida. O no.

Un buen número de iglesias de Inglaterra y Gales están rodeadas de cementerios antiguos, con césped y lápidas. Las lápidas -casi todas del siglo XIX- son "unifamiliares", y consignan todas las personas que están sepultadas debajo, con su nombre, la fecha del deceso y la edad que tenían al morir.

El otro día, tras una romería en la iglesia de St Mary the Virgin, en Prestwich, me entretuve leyendo algunas lápidas. En casi todas había referencias de personas que fallecieron muy jóvenes, con pocos meses o años. Aunque ya sabía que la mortalidad infantil era muy alta hasta bien entrado el siglo XX, leer los nombres de esos niños o adolescentes muertos, junto con el de sus padres, me dio bastante pena. Una cosa es estudiar una estadística de supervivencia en un libro de Historia y otra bien distinta rezar sobre una tumba concreta con nombres propios.

Como dentro de poco cumplo 40 años, llevo unos meses pensando en "la mitad de la vida" y en lo que me gustaría hacer en la segunda mitad, que inevitablemente parece que encaro. Pues bien, tras el paseo por el cementerio me he dado cuenta de que ya he vivido mucho más que muchísimas personas, y de que a lo mejor no me queda media vida, sino bastante menos. Dios dirá.

Con lo vivido hasta aquí yo ya estoy agradecido. Vamos a intentar hacer un buen papel en el tiempo que nos queda, esperando lo maravilloso pero sin olvidar que esto no deja de ser un gran víspera, un buen sábado santo. Como leí en unos diarios de Jiménez Lozano, la vida está bien, pero no remata. De hecho, si uno lo piensa bien, no hay una gran diferencia entre vivir 22, 37 ó 79 años. Lo importante no es vivir mucho, sino vivir bien. Hoy. Ahora.

Para cerrar este post os dejo una de mis poesías favoritas de Jiménez Lozano. Quizá no es la primera vez que la reproduzco en el blog, pero no importa. Hay que leerla de vez en cuando. Se titula "El precio", y dice así:

Matinales neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas, y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.
Quizás no sea tan caro.
 
Yo creo que no, la verdad, aunque no sé qué dirían los niños del cementerio de la Iglesia de Saint Mary the Virgin, de Prestwich.

13 de agosto de 2022

De museos en Manchester y Liverpool

Estoy pasando unos días en Reino Unido. Sin buscarlos demasiado, he entrado en dos o tres museos con los que he tropezado en mis paseos por la ciudad.

Como siempre, lo primero que hago es ir a la tienda, para hacerme una idea de lo que me encontraré en el museo. Hace un par de días me llevé una grata sorpresa: estaba en el museo de Lowry, un pintor a quien no conocía, pero del que hace unos años (tras una visita al Fitzwilliam Museum de Cambride) compré una postal que me hizo mucha gracia, que he tenido bastante tiempo colgada en el corcho del despacho. La pintura se llama: After the wedding. Me gusta el tono de normalidad que respira la escena, tan alejada de los excesos que rodean a las bodas actualmente. Tengo la impresión de que la imagen de Lowry representa bastante mejor lo que es un matrimonio que los vídeos con drones y las fotos editadas que suelen "inmortalizar" las bodas de hoy. Este es el cuadro:


Entre las obras que había en el museo de Mánchester me gustó especialmente La Carreta. Es típico cuadro que a primera vista parece que podría haber hecho cualquiera, pero que si lo miras un rato te das cuenta de que no. Como tirar un penalti a lo panenka. El burro, sin ir más lejos, me parece sencillamente insuperable.


Ayer estuvimos en la Tate de Liverpool. En la tienda había objetos muy chulos, y no pude resistirme a comprar tres cuadernos de notas con portadas de Terry Frost. Ni conocía al tío ni necesitaba cuadernos, y además eran un poco caros. Pero luego pensé que no hay color entre utilizar un cuaderno de Terry Frost que te has comprado en la Tate de Liverpool con J. e I. o utilizar una libreta Guerrero que has comprado en el chino de la esquina, con lo que me animé a comprarlos. Por cierto, preparando esta entrada he visto otras obras de Frost, que me han gustado mucho y me han resultado curiosamente parecidas a algunas de Sardá que llevan años colgando en mi cuarto de estar. Qué cosas.

Aquí os dejo la foto de los cuadernos antes de comprarlos.