2 de marzo de 2023

Que yo la vi

 

Iba para clase en la bici. Serían las ocho y media o así. Hacía bastante frío. En la primera curva me he cruzado con una barrendera que arrastraba con su escobón un capazo de plástico negro, con un recogedor dentro. Casi de pasada, en una décima de segundo, he visto que en una de las asas del capazo tenía atada una cinta con la medida de la Virgen del Pilar con la bandera de España.

No sé si la ha puesto ahí por motivos religiosos, patrióticos o estéticos. O por cualquier aleación de ellos. Me da igual.

Llevo todo el día pensando un comentario o glosa del asunto. Una moraleja. Pero todas las que se me ocurren -que son muchas- me dejan insatisfecho. Me parecen pueriles y cursis. No están a la altura.

Veremos si vuelvo sobre el asunto. De momento, me conformo con contarlo. Y con atar aquí mi propia pulsera, aunque sé que ni de lejos tiene el mismo peso -la misma medida- que la de la barrendera. C'est la vie.

11 de febrero de 2023

Quitárnoslo de encima

 


Al terminar la primera clase se acercaron sonrientes a la tarima.

- Hola Juan. ¿Cuándo podemos entregar el trabajo que tenemos que hacer este cuatrimestre?

“Qué chicos tan aplicados…”, pensé sorprendido. Poco me duró el lirio, ya que enseguida uno de ellos aclaró:

- Nos gustaría quitárnoslo de encima cuanto antes.

Respondí como pude y me encaminé hacia mi despacho entre desanimado y divertido. Quitárnoslo de encima. Cuanto antes. Esa es la actitud, sí señor.

Uno se quita de encima un resfriado, un moscón, un vecino parlanchín e inoportuno. Vale. Pero una práctica de clase diseñada para ayudarte a aprender no es ninguna de estas cosas. No es un marrón. Es una oportunidad de crecer, de dar un pasito hacia donde quieres estar en el futuro. Vale que te puede dar pereza. Que te puede venir mal. Que te puede apetecer menos que mirar Tiktok. Pero macho, cuando uno va a la universidad debería entender que no está allí para quitarse cosas de encima, sino para disfrutar de un proceso de aprendizaje que requiere esfuerzo e ilusión.

De todas formas, lo de quitarse cosas de encima no es una actitud exclusiva de estudiantes prácticos. A todos nos pasa. Cuando afrontamos desafíos difíciles en nuestra profesión o nuestra vida personal, siempre tenemos esa tendencia a ponernos en “modo-marrón”.

Este modo activa una serie de reacciones psicológicas que podemos describir esquemáticamente así: “Oh cielos. Menudo marrón. Por qué me habrá caído a mí. Vamos a terminarlo rápido. Qué estrés, hija. En unas horas o días habrá pasado. Y entonces podré irme a descansar al chalet, y olvidarme de este asunto para siempre”. El problema del modo-marrón es que nos bloquea para disfrutar y crecer. Adoptamos actitudes defensivas, agarrotadas y reactivas, que se traducen en ansiedad y huidas hacia delante. Y no disfrutamos del camino.

En lugar del “márron-mode” recomiendo ejercitarse en el “growing mode”, que intenta ver en las dificultades oportunidades de crecimiento. “Guau. Menudo reto. Si me ha tocado a mí será por algo. Tengo estrés y ansiedad, pero qué quieres. Voy a sacar esto con calma y con cabeza, sin huir mentalmente al pasado ni al futuro. No pain no gain: que se lo pregunten a los que hacen pesas en los gimnasios. Y cuando lo termine bien, me tomaré un mojito en el chalet para celebrar que lo he conseguido”.

Seamos realistas. Todos tendemos a afrontar los desafíos en modo-marrón, de forma reactiva. Lo bueno es que podemos entrenarnos para acoger las dificultades de otra manera, más creativa e inteligente. El primer paso, aquí sí, pasa por quitarnos el modo-marrón de encima cuanto antes.

 

6 de enero de 2023

Mi edificio favorito de Roma

 


(Lo enviaré al periódico mañana. Si alguien tiene comentarios o sugerencias serán bien recibidas).

Mi edificio favorito de Roma es la basílica de Santa María de Araceli, situada en la cima del monte capitolino. Junto a la impresionante escalera de 124 escalones que conduce a su entrada, lo más característico del templo son las 22 columnas que sustentan su nave central.

Recicladas de distintos edificios y ruinas romanas, cada columna es de su padre y de su madre. Las hay lisas y estriadas; claras y oscuras; gruesas y finas. Como ninguna mide lo mismo, unas se apoyan sobre basas y otras surgen desde el suelo, y cada una es coronada por un capitel diferente –dórico, jónico o corintio- con el fin de ajustarla exactamente al tamaño requerido.

Pues bien, lo curioso es que el collage funciona, y el edificio no solo se sostiene, sino que tiene una gracia muy particular.

A veces pretendemos que nuestra vida se asemeje al Partenón de Atenas, y sea un conjunto pulcro y perfectamente canónico. Nos gustaría que nuestra razón, nuestros sentimientos, nuestras relaciones y nuestro horario se ensamblaran en perfecta armonía, lo que por fin nos permitiría sentirnos bien y degustar en qué consiste la felicidad. Ese sueño, sin embargo, no pasa de ser una utopía.

Ni los demás, ni el mundo, ni –lo siento- nosotros mismos somos perfectos. En nuestra vida siempre habrá estridencias, disonancias y errores. Ante esta evidencia caben distintas opciones. Algunos se refugian en edificios inexistentes: el nostálgico en palacios de un pasado imaginario, y el iluso en doradas mansiones del futuro, cuando gobierne su partido, consiga perder peso o un ascenso en el trabajo. Otros, directamente, renuncian a construir nada: el cínico instalado en la ironía; el llorón en la protesta; el vividor en el placer egoísta y efímero.

Frente a estas opciones, desde la cima del capitolio Santa María de Araceli nos propone una vía alternativa. Construir con lo que hay. Que no podamos hacer un Partenón no significa que tengamos que dormir o adorar a la intemperie. Mira con atención a tu alrededor, porque seguro que aquí y allá encuentras columnas útiles para tu proyecto de vida en este nuevo año. Tu pareja no es perfecta, pero tiene encantos que la hacen única; tus amigos son un poco balas, pero qué harías sin ellos; tu perro babea y suelta pelo, pero sestea a tus pies con inquebrantable fidelidad; tu trabajo, con sus lunes y frustraciones, te permite comer, mejorar y servir con alegría.

Mi edificio favorito de Roma es Santa María de Araceli. Sus columnas -dispares y con desconchones- me recuerdan que siempre se puede hacer algo bonito con lo que se tiene a mano. Que, también en 2023, se puede ser feliz con lo que hay.

1 de enero de 2023

Apocalipsis cognitivo - Gérald Bronner

 

Apocalipsis cognitivo

Gérald Bronner, Paidós, 2022.

NOTA: 5/10

DE QUÉ VA EL LIBRO

Se trata de un ensayo sobre cómo y por qué malgastamos el tiempo libre en la sociedad digital con productos audiovisuales superficiales y de baja calidad. Lo leí por recomendación de JPA. Las expectativas eran altas, y no me ha parecido para tanto.

RESUMEN - VALORACIÓN

Broner arranca señalando que en la sociedad contemporánea las personas cada vez tenemos más tiempo de cerebro libre, que no tenemos que dedicar a satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación y defensa y podemos dedicar a actividades intelectuales más elevadas. Este “tiempo cerebral liberado” es un verdadero tesoro, que bien aprovechado generaría avances impresionantes para la Humanidad. Aquí ya vendría el primer matiz: no tengo claro que hoy en día tengamos más tiempo para la reflexión y el reposo que hace 200 ó mil años… pero en fin.

Sin embargo, los datos apuntan a que este tiempo “liberado” no lo dedicamos a fines elevados y constructivos, sino a perder el tiempo con contenidos digitales superficiales, controvertidos y estúpidos.

Esto se debe a que nuestra mente tiene una inclinación casi fatal hacia contenidos de cierta naturaleza –sexo, peligro, miedo, violencia, conflictos, novedad, sorpresa, egocentrismo, comparaciones-, inclinación que es explotada por los agentes del “mercado cognitivo” para secuestrar nuestra atención. El autor asocia esta inclinación a lo morboso en la historia evolutiva de nuestro cerebro y en nuestra condición animal; personalmente, lo vincularía algo al pecado original.

Brommer señala que la inclinación hacia esos contenidos –nuestras invariables mentales- es evidente y natural, como demuestran los datos de consumo de Internet. Hasta hace poco, podía decirse que la “basura” se consumía por falta de alternativas de calidad en la televisión; hoy en día dicha afirmación es insostenible: si se nos ofrece contenido de baja calidad es porque es el contenido que la inmensa mayoría de personas prefiere consumir. Esta revelación, este desvelamiento, es lo que Brommer llama “apocalipsis cognitivo”.

La explosión de la oferta digital está llevando a muchos dilapidar su precioso tesoro atencional en actividades de placer inmediato, estériles, embrutecedoras, que devuelven el protagonismo al hombre prehistórico” (p. 151. un respeto por él, ojo).

Una vez realizado su diagnóstico –bastante ordenado y claro, pero poco original y con una fundamentación discutible- el autor discute dos posiciones.

La primera es la de quienes se obstinan en negar esas invariables mentales o atracción morbosa en los humanos, acusando de la misma a los programadores o los poderosos. Esta afirmación parte –para Brommer- de antropologías ingenuas, que piensan que el hombre es bueno por naturaleza; o que piensan que la política puede cambiarlo todo, también la naturaleza del hombre.

La segunda –bastante más forzada- es el neopopulismo, que encierra a los hombres en esas invariables, explotando esas debilidades intelectuales o aprovechándose de ellas para conseguir el poder (fake news, discurso del odio o del miedo, etc.).

Al final del libro Brommer lanza su propuesta. Resumidamente, invita a fomentar el pensamiento crítico y a resistir ante la curiosidad morbosa. El problema es que se enreda en rollos científicos, sociológicos y antropológicos confusos que –creo- ni él mismo se cree ni consigue entender. Vamos, que más allá de explicarnos algo que ya sabíamos -quizá con algo de orden-, tampoco tiene muy clara una solución.

Como comentario al margen, señalo que el autor tiene resabios de francés laicista y políticamente correcto, que un poco de risa o lástima, según como se lo tome uno. Reverencia la democracia, se le llena la boca hablando de progreso, critica el oscurantismo religioso, pone verde a Trump… En fin, lo que suele venir en el pack de intelectual francés que quiere vender libros.

En conclusión: un libro más sobre los riesgos de la tecnología digital para el individuo y la sociedad. No pasará a la historia –no creo que dure un año-, pero tiene alguna exposición ordenada y ciertas expresiones que pueden ser útiles. Quizá la idea más potente es la constatación de que entre contenido de calidad y el malo, aunque lo niegue, la gente prefiere el malo. Nada  que no sepamos, pero que a muchos les da pudor reconocer.

ALGUNAS CITAS

p. 65. LA INDUSTRIA DEL CHICLE. La industria del chicle está en crisis, Han perdido en pocos años veinte kilómetros de expositores junto a las cajas de los supermercardos. La gente mira el móvil.

66. Las pantallas se han convertido en monstruos atencionales que devoran nuestra atención.

p. 71. ¿Nos comportaremos como gestores buenos y prudentes, optando por inversiones seguras, o al contrario, nos jugaremos el capital mental disponible en el casino de la atención?

p. 91. PELIGRO. Al igual que el azúcar nos apetece y  no siempre es fácil resistir esa tentación, la información que pretende alertarnos de un peligro nos atrae irresistiblemente. [En el mercado de la atención] lo que determina el éxito de un producto es su capacidad de llamar la atención. (…) Esta es una de las razones por las cuales nuestro espacio público se ha visto invadido estos últimos años por toda clase de alertas sanitarias o medioambientales no siempre justificadas.

p. 94. MIEDO. Argumentos del miedo y la sospecha. Estos argumentos son más fáciles de producir y rápidos de difundir que los que permiten restablecer los hilos de una confianza absolutamente necesaria para la vida democrática.

103. CONFLICTO. Nos cuesta resistirnos a la atracción cognitiva que representa una situación de conflicto. (…) Algo en nuestro cerebro empuja esa información al primer plano de nuestra conciencia. (…) El enfado, igual que el sexo y el miedo, será un buen soporte emocional para conferir cierta viralidad a un producto cognitivo. Hay una ADICCIÓN AL ESCÁNDALO.

116. Conflicto para llamar la atención. Tanto en los programas de debate como en reality shows, se busca el enfrentamiento, se crea artificialmente si hace falta, ya que es un buen producto para captar nuestra disponibilidad mental.

120. LO NUEVO. Hay una fuerza que nos impulsa a prestar atención a lo imprevisto, la sorpresa y la exploración. (122). Sin esta disposición a explorar, muchos animales saturarían su espacio y acabarían extinguiéndose. (…) La sorpresa, el acontecimiento, lo inédito y, en general, lo posible incierto en todas sus formas constituyen imanes poderosos para nuestra atención.

p. 155. El objetivo de una serie de publicistas y especialistas en marketing es hacernos confundir e placer con la felicidad.

p. 174. Antes de ganar la batalla de la convicción es preciso ganar la de la atención.

p. 262. Hay una pendiente muy fuerte que nos conduce a la demagogia cognitiva, a la fascinación por lo negativo y que, en general, permite que se imponga la cara oscura del apocalipsis cognitivo; sin embargo, esa pendiente no es irresistible.

p. 269. Necesitamos realizar cada uno una declaración de independencia mental.

26 de diciembre de 2022

Hay ruidos y ruidos

Cada noche, sobre las once y media o doce, el camión de la basura hace su aparición debajo de mi ventana. Como en la esquina inmediata hay bastantes contenedores, el traqueteo dura unos cinco o diez minutos, durante los que me resulta imposible conciliar el sueño.

En función de mi estado de ánimo y grado de conciencia, durante ese ratillo suelo debatirme entre la oración, la resignación estoica, la protesta interior y la maldición. Hay noches en que planeo escribir al ayuntamiento proponiendo una suerte de rotación en las rutas o elucubro con sistemas más indoloros de recogida, como ese consistente en toboganes y tubos que hacen desaparecer de forma mágica los residuos en algún depósito subterráneo, lejos, muy lejos de mi almohada.

Anoche, 25 de diciembre, el camión no faltó a su cita, sacándome suave pero irresistiblemente de mi primer sueño. Pero ayer, inexplicablemente, no sentí enojo. A medida que el zumbido del camión me devolvía a la realidad, fui cayendo en la cuenta de algo evidente, en lo que nunca había pensado: "Mientras yo descanso en mi cama, ahí abajo hay unos señores que están trabajando un domingo 25 de diciembre por la noche, recogiendo la basura, para que yo mañana me despierte en una ciudad más limpia".

Sonreí en la oscuridad. "Más que maldecirles habría que darles un abrazo, un premio". Me giré en la cama y me dormí plácidamente, agradecido, arrullado por el dulce traqueteo de su camión.

24 de diciembre de 2022

El que la hace la paga


 H. me hace ojillos desde segunda fila. Al salir de clase nunca deja de despedirse -"hasta luego, profesor"- con su voz de cristal.

Si fuera mi primer año como docente muy probablemente estaría colgadito por ella. A estas alturas, sin embargo, ya son varias decenas de estudiantes guapas -más o menos desenvueltas- las que han ido desfilando hacia el pozo oscuro de mi olvido, dejando solo un rastro alegre y ligero, tan propio de su edad, que el tiempo se encarga de difuminar como el viento las estelas de los aviones. Con H. pasará igual.

De todas formas, una lucecita roja se encendió en algún rincón de mi cerebro cuando el otro día, entre ella y su amiga P. -que no está nada mal, pero tiene los ojos un poco más tristes- descubrí sentado a un maromo que habitualmente dormita al fondo del aula. Un no sé qué en su forma de atender, de sonreír, de aproximarse a H. unos centímetros más de lo que haría un amigo; un cierto decaimiento del interés de ella por mí y por el acto administrativo; el imperdonable olvido del saludo de rigor cuando me iba... me hicieron sentir traicionado. Desposeído.

Mira que soy idiota.

En el examen les voy a crujir.

Otra cosa que nunca sabré


 Estaba pagando mis dos bolsas de serrín en el chino cuando escuché cómo una señora preguntaba a un dependiente por un arañador de gatos. Me volví con interés, pero no pude verle la cara.

Nunca sabré si iba en son de paz o buscaba venganza.

19 de noviembre de 2022

Leave no man behind

El otro día, mientras esperaba a unos amigos apoyado en un banco, reparé en una pareja de unos 50 años que también parecía esperar a alguien. Al poco salió de un portal un chico joven -vaqueros, sudadera, barba de cuatro días- con pinta de buen chaval. Del cariñoso saludo deduje que sólo podía ser su hijo, y que probablemente llevaría un tiempo viviendo por su cuenta. Como estaba relativamente cerca, no pude evitar oir su conversación.

-Aquí tienes la mochila -dijo la madre-. No sabes lo que me ha costado encontrar una tienda donde me la arreglaran...

El chico, dando las gracias, cogió la mochila muy sonriente y la estudió de arriba abajo con gran satisfacción. Finalmente la abrió, y su sonrisa se convirtió en una carcajada cuando sacó del interior un paquete de seis cervezas y una bolsa de patatas fritas.

-Esa es la contribución de tu padre... -explicó la mujer.

-Había que asegurarse de que está bien arreglada y de que resiste el peso sin desfondarse -terció el padre, con un gesto divertido.

No sé cómo siguió la conversación y si se abrieron unas cervezas allí mismo, porque llegaron mis amigos. Pero una cosa me quedó clara: emanciparse de los padres es mucho más difícil de lo que algunos se piensan. 

4 de noviembre de 2022

El miedo es libre

 

Utilizo poco el taxi. Cuando lo hago, tengo que afrontar una serie de temores zozobras que, aunque son bastante absurdos, no consigo exorcizar.

El primero es la sospecha de que el taxista no sigue el camino más directo. Supongo que algún taxista ladino recurrirá esta estrategia, no lo dudo. En cualquier caso, mi experiencia apunta exactamente en la dirección opuesta: casi siempre me han llevado derechitos al destino, y no pocas veces conduciendo a bastante velocidad. Hace unos pocos meses, sin ir más lejos, me descubrí rezando con mi padre la recomendación del alma, mientras el taxista que nos llevaba adelantaba vehículos y cambiaba de carril como un auténtico kamikaze.

Mi segundo problema es la atracción fatal, el magnetismo irrestible que ejerce el taxímetro sobre mi. Si el taxímetro indicase unidades de millar o días en el purgatorio entendería mi aprensión, pero tratándose de unos cuantos eurillos (que me gasto en cervezas sin pestañear), mi obsesión con los numeritos rojos del contador carece de cualquier explicación.

El tercer temor se condensa en un momento muy concreto: cuando el taxi se detiene y el chófer extiende su dedo hacia el taxímetro. No sabría decir porqué, pero en ese instante siento un nudo en el estómago y me asalta la duda de si al pulsar el botoncito de "pause" se añadirán al precio de la carrera dos o tres euros en virtud de algún misterioso suplemento con el que no he sabido contar: horario nocturno, carrera al aeropuerto, zona B o, lisa y llanamente, usuario pardillo. La verdad es que no recuerdo la última vez que este incremento se produjo, pero aquellos dos o tres euros de más han dejado en mi alma una honda impronta, un temor pueblerino que me gustaría -pero no puedo- dejar de experimentar.

A ver si compartiendo aquí estas inquietudes mi limitada experiencia de usuario de taxis se torna más placentera y racional. Si esto no me funciona, siempre me queda dejar papelitos perdidos en bolsillos y cajones de mi habitación con mensajes laudatorios sobre el mundo del taxi, que minen mis injustificados prejuicios, que horaden los cimientos de mi desconfianza cerval. En última instancia, también puedo acudir a un psicólogo, o encarar el asunto enfrentándome a mis miedos y yendo a trabajar en taxi todos los días durante una temporada. La salud mental también tiene sus costes, que es preciso asumir con deportividad.

2 de noviembre de 2022

Romanos 8, 26-27

Cuando en la oración de los fieles el sacerdote nos pidió que rezáramos "para que los políticos cumplan sus promesas" preferí quedarme callado. Y es que no son ni una ni dos las promesas de nuestros políticos que me gustaría ver incumplidas. Que rezo por ver incumplidas.

 

Preparando esta entrada me he acordado de Gómez Dávila, cuando dice que el fracaso del progreso no ha consistido en el incumplimiento, sino en el cumplimiento, de sus promesas.